Quantcast
Channel: Ateismo para Cristianos.
Viewing all articles
Browse latest Browse all 992

El infierno, el purgatorio, el limbo y el cielo (Colaboración)

$
0
0



Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)

___________________

En sucesivas contribuciones iremos presentando los argumentos que, a nuestro juicio, desenmascaran pretendidos hechos, aseveraciones y creencias impuestos por la Iglesia Católica (y también otras Iglesias cristianas y otras religiones) para convencer a sus fieles de la realidad de su Dios, su infinita bondad y la prometida salvación de su rebaño. Amigo creyente, le invito a meditar estas líneas y, si tiene argumentos para rebatirlas, le pido por favor que me los haga llegar. Será un placer intercambiar con usted nuestras diferentes opiniones.

Las contribuciones las realizaré, si el propietario del blog lo permite, en el siguiente orden:



____________________



Desmitificando mitos (X)

El infierno, el purgatorio, el limbo y el cielo


El infierno

En el siglo V con San Agustín nace en la Iglesia la idea de una pena para siempre, sin retorno, el infierno. Hasta el siglo III la Iglesia nunca defendió la doctrina de la eternidad del infierno. La Iglesia oficial defiende desde el siglo XV que el castigo del infierno destinado a los pecadores es “eterno”. Pero el Papa Francisco acaba de revisar dicha doctrina al afirmar que la Iglesia no condena para siempre, no existe un castigo eterno, sin retorno, inapelable. La idea teológica sobre la perennidad e irreversibilidad de las penas del infierno, fue sufriendo cambios a lo largo de la historia de la Iglesia. Millones de cristianos han sido durante siglos oprimidos por la doctrina de un Dios tirano, sediento de castigo y de castigo por siempre. La creencia en el infierno fue impuesta como dogma de fe en el Concilio de Letrán (1123), advirtiéndose que quienes lo negasen serían reos de prisión, torturas y hasta de muerte. Y en el cuarto Concilio de Letrán (1215) se definió como doctrina de fe que "al morir Jesucristo bajó a los infiernos", frase que ha pasado literalmente a la fórmula del Credo que recitan los cristianos. Un siglo después, el Papa Benedicto XII (1334-1342) dio forma a este dogma en su bula “Benedictus Deus” (1336): "las almas de los que mueren en pecado mortal bajan al infierno, donde son atormentados con suplicios eternos". Y fue el Concilio de Florencia en 1442 que rubricó definitivamente la doctrina de San Agustín de un castigo y un tormento eternos: "cualquiera que esté voluntariamente fuera de la Iglesia será reo de ese temible fuego perenne". Sin embargo, ya en el siglo V, San Jerónimo estaba convencido de que no era conciliable la doctrina del infierno con la misericordia de Dios. Así y todo, se pedía a sacerdotes y obispos que siguiesen defendiendo la doctrina tradicional ”para que los fieles, por temor al infierno eterno, no pecasen”. Hoy es un Papa como Francisco el que afirma con total naturalidad que el Dios cristiano “no condena a nadie para siempre”, que es como decir que no existen infiernos eternos, una afirmación que hasta hace poco podría haber servido para abrir un proceso contra un teólogo y condenarlo por hereje. Sin embargo, la doctrina sobre el infierno aparece en el actual Catecismo de la Iglesia Católica, en los números 1033-1037.

La lectura del Génesis (Antiguo Testamento) nos muestra que Yahveh, dios sanguinario y vengativo, no tenía ni idea de la existencia de un infierno (Levítico 26, 14-45 y Deuteronomio 28, 15-45). Según este libro maldijo a Adán (y a nosotros con él) diciéndole "... polvo eres y al polvo volverás". Clarísimo, con la muerte se acaba todo. El peor castigo que se le ocurrió contra una humanidad descarriada, fue el diluvio universal. El mismísimo Moisés, que hablaba tan familiarmente con Dios, ni menciona el infierno, a pesar de haber vivido en Egipto donde ese concepto existía. Y en el Nuevo Testamento, ¿qué enseñó Jesús sobre el infierno? Supongamos por un momento que Jesús existió y que los Evangelios reflejan fidedignamente sus palabras. Se lee que Jesús dijo: “Si lo que ves con tu ojo te hace desobedecer a Dios, mejor sácatelo. Es mejor que entres al reino de Dios con un solo ojo, que tener los dos ojos y ser echado al infierno, donde hay gusanos que nunca mueren, y donde el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:47,48). En otra ocasión, diría a los malvados: “Apártense de mí, malditos, vayan al fuego que no se apaga, preparado para el diablo y sus ángeles”. A primera vista puede parecer que estas palabras de Jesús en verdad apoyan la enseñanza de un tormento eterno en las llamas del infierno. 

Pero ¿a qué se refería cuando habló de echar a alguien “al infierno”?  En la versión de Marcos arriba citada, el vocablo griego traducido por “infierno” es gehenna, un término procedente del hebreo gueh hinnóm, que significa “valle de Hinón”. Este valle, en las afueras de la antigua Jerusalén, se empleaba en tiempos de los reyes israelitas para ofrecer niños en sacrificio a los dioses paganos. Dios condenaba esta repugnante práctica, así que prometió ejecutar a quienes realizaban estos actos propios de una religión falsa. Este valle llegaría a conocerse como el “valle de la matanza”, donde yacerían sin ser enterrados “los cadáveres de esta gente” (Jeremías 7:30-34). De este modo Jehová predijo que el valle de Hinón dejaría de ser un lugar donde se torturaba a seres vivos y se convertiría en un lugar para depositar grandes cantidades de cadáveres y así deshacerse de ellos. En tiempos de Jesús, el valle de Hinón se utilizaba como basurero. Allí se arrojaban los cadáveres de algunos criminales, y un fuego constante quemaba sus restos y los desperdicios de los habitantes de Jerusalén. Parece que cuando Jesús habló de gusanos que no mueren y de un fuego que no se apaga, estaba citando del profeta Isaías (Isaías 66:24) que dice “los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra Dios serán comidos por gusanos que no morirán, y el fuego que los devora no se apagará”. Tanto Jesús como sus oyentes sabían que Isaías estaba aludiendo al fin que les esperaba a los cadáveres de quienes no merecían un entierro. De modo que cuando Jesús habló de ser echados en el valle de Hinón, o gehenna, en realidad se refería a morir sin posibilidades de resucitar. Por si quedaban dudas, dejó claro este punto cuando advirtió que Dios “puede destruir alma y cuerpo en el gehenna” (Mateo 10:28). Se deduce así que gehenna es símbolo de muerte eterna y no de tormento eterno. Cuando se tradujo gehenna por infernus se corrompió el verdadero sentido de los textos originales sentando las bases de la invención dogmática que más ha aterrorizado a la humanidad y más beneficio ha reportado a la Iglesia Católica. En resumen, la doctrina del infierno como lugar de tormento no puede deducirse de la Biblia: es una creencia pagana disfrazada de enseñanza cristiana. 



El concepto de infierno se menciona en creencias paganas precristianas. Los antiguos egipcios creían en la existencia de un infierno de fuego. El libro del Amduat, que data del año 1375 antes de nuestra era, habla de quienes han “caído en los hoyos de fuego” y les dice: “No escaparéis [de las llamas]. No lo evitaréis”. Asimismo, el filósofo griego Plutarco (46-120 de nuestra era) dijo que los que estaban en el mundo de ultratumba recibían “castigos y entre atroces sufrimientos y tormentos ignominiosos se lamentaban llorando”. La idea fue muy oportunamente adoptada en los primeros siglos del cristianismo y en algunos casos sirvió para justificar atrocidades durante la Edad Media. Así María Tudor, reina de Inglaterra de 1553 a 1558, recibió el apodo de María la Sanguinaria por quemar a casi trescientos protestantes en la hoguera. Según cuentan, se justificó diciendo: “Si las almas de los herejes van a arder eternamente en el infierno, no hay nada de malo en que yo imite la venganza divina y los mande a la hoguera aquí en la Tierra”.

En los primeros siglos post Jesucristo, los Padres de la Iglesia, los apologetas y los escritores eclesiásticos, creían firmemente en la doctrina de la inmortalidad del alma y en la condenación eterna de los pecadores, tal como se desprende de sus numerosos textos (Ignacio de Antioquía,  Justino Mártir, Atenágoras, Ireneo de Lyon, Tertuliano, Cipriano de Cartago, Basilio de Cesárea, Gregorio de Nisa, Jerónimo, Juan Crisóstomo, Gregorio Magno, entre varios otros). Algunas excepciones fueron Orígenes y sus seguidores, que pensaban que las penas del infierno eran temporales, y algunos herejes gnósticos que afirmaban que los que no se salvasen serían aniquilados. Actualmente, es frecuente escuchar negar la existencia del infierno a miembros de sectas como los Testigos de Jehová o Adventistas del Séptimo Día. La comisión doctrinal de la Iglesia Anglicana, por ejemplo, dijo en 1995: “El infierno no es el tormento eterno; es la elección final e irrevocable de un proceder que se opone de forma tan absoluta a Dios, que lleva irremediablemente a la inexistencia total”. Para los católicos sin embargo, el infierno es dogma de fe. A este respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

“... Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno...  La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno”. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira".El Magisterio reciente ha confirmado expresamente esta doctrina en el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia. Exhorta a velar para entrar en la vida y apartarnos del castigo eterno: “Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena, si queremos entrar con Él a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos; no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos, seamos arrojados al fuego eterno, a las tinieblas exteriores en donde “habrá llanto y rechinar de dientes”. En el mismo sentido, Pablo VI dice: “Los que rechazaron el amor y la piedad de Dios hasta el final, serán destinados al fuego que nunca cesará” (Pablo VI, 1968, Profesión de Fe, AAS 60, 444).

Creer en el infierno:  importancia fundamental para la Iglesia

Queda muy claro el rol que cumple el infierno para la doctrina cristiana: elemento de terror y amenaza para aquellos que no respetan la ideología impuesta por las jerarquías religiosas y cuestionan o se separan del rebaño. La invención del "diablo" siembra miedo y con el miedo se cosechan monedas. Leemos en La verdad Católica (http://www.laverdadcatolica.org/ExisteRealmenteElInfierno.htm): Creer en el infierno es de la mayor importancia, pues sólo el temor de él puede volver al buen camino a muchas almas descarriadas. En efecto, solamente por dos razones el hombre evita el pecado: por amor a Dios o por temor al Infierno. Es claro que quien no evita el pecado no ama a Dios, pues si lo amara procuraría no ofenderlo, luego no será el amor a Dios lo que lo lleve al buen camino; no queda pues más que el temor al infierno para hacerlo volver a Él y si no cree en el infierno, no habrá nada que lo saque del estado de pecado, no habrá nada que lo libre de su perdición eterna. Pero ese temor, buscado por la Iglesia para que las personas "se porten bien", solo sirve para hacer esclavos. A lo largo de la historia de la teología, las llamas del infierno y sus calderas hirviendo han estado omnipresentes en prédicas y catequesis, haciendo sufrir indecible e innecesariamente a generaciones de niños y de adultos. Siglos de terrorismo psicológico, donde predicadores, profesores de religión, sacerdotes, monjas, han hablado insistentemente del infierno a jóvenes estudiantes y a alumnos de catequesis con el objetivo de alejarlos de los “pecados mortales” que los llevarían de cabeza al infierno. Queda constancia de esta herramienta de tortura mental en  ilustraciones de libros de religión, en la literatura y en pinturas. Entre las muchas pinturas que representan este tormento, está “El Infierno”, del sacerdote jesuita Hernando de la Cruz (1592-1646), que se conserva en la iglesia de la Compañía en Quito, Ecuador, cuadro frente al que han desfilado miles de niños y adultos llevados por sus profesores religiosos para enfrentarlos al terror de imaginarse introducidos en ese lugar espantoso. 

Juan Pablo II, en su catequesis de 1999 "El Infierno como rechazo definitivo de Dios" 
(http://es.catholic.net/conocetufe/424/905/articulo.php?id=6694), comenzó a flexibilizar esta doctrina tan absurda para hacerla más creíble. Dijo:

Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. En sentido teológico, el infierno es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se ubica definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, y nos presenta imágenes del infierno que deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios. Por eso, la «condenación», no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación», consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción.

Uno de los más sólidos teólogos católicos contemporáneos, Hans Küng, sacerdote suizo y prolífico autor, escribe en su libro “Credo” (Trotta, Madrid, 1995): "En ningún momento se interesa Jesús directamente por el infierno ni predica sobre él. Habla de él sólo al margen y con expresiones fijas tradicionales. Algunas cosas pueden incluso haber sido añadidas posteriormente". Y en otro de sus libros, “¿Vida eterna?” (1982), escribe: Una ilimitada tortura psicofísica de sus criaturas, tan despiadada y desesperante, tan insensible y cruel, ¿va a poder contemplarla por toda una eternidad un Dios de amor?¿Necesita realmente tal cosa el Dios infinito, por una ofensa finita (¡el pecado, en cuanto obra del hombre, es un acto finito!) para restablecer su “honor”, como sostienen sus defensores? ¿Es Dios un acreedor tan sin entrañas?¿No es un Dios de misericordia?¿Cómo entonces los muertos van a estar excluidos de esa misericordia? ¿Cómo va a eternizar la discordia y la intransigencia? ¿Y el Dios de la gracia y del amor al enemigo? ¿Cómo, inclemente, va a tomar venganza de sus enemigos por toda una eternidad? ¿Qué cabría pensar de un hombre que satisficiese su deseo de venganza con tal intransigencia y avidez?

Sin embargo pocos años después, en marzo de 2007, el Papa Benedicto XVI, preocupado por el relativismo que podría provocar esta “modernización” doctrinal, quiso asentar de nuevo la creencia en el infierno: Jesús vino para decirnos que nos quiere a todos en el Paraíso y que el Infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para quienes cierran el corazón a su amor. Un hecho reciente revigoriza esta creencia. Eugenio Scalfari, un conocido periodista italiano, ateo declarado y fundador del diario La Repubblica, preguntó al Papa Francisco dónde van las "almas malas" y "dónde son castigadas". Y publicó en su diario un artículo con la supuesta respuesta del Pontífice: "Las almas no son castigadas. Aquellos que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van a las filas de quienes lo contemplan. Pero aquellos que no se arrepienten y no pueden ser perdonados, desaparecen. No existe el infierno, sino la desaparición de las almas pecaminosas". Pero el Vaticano difundió ese mismo día un comunicado para desmentir la declaración. La Santa Sede considera que el artículo de Scalfari "es fruto de su reconstrucción de la conversación", diciendo que "las palabras precisas pronunciadas por el Papa no son citadas, por lo que el artículo no debe considerarse como una trascripción fiel de sus dichos". Sin embargo Kevin Madigan, Profesor de Historia Eclesiástica de la Escuela de Divinidad de Harvard, en una comunicación a BBC Mundo, asegura que hay muchos religiosos que creen en algo parecido a lo que supuestamente dijo Francisco, que las almas de los "malvados" simplemente desaparecen: "no creen que un Dios misericordioso y bueno pueda enviar a alguien, incluso a los más malvados, a un estado de castigo eterno".

Contradicciones, reconsideraciones, reformulaciones, atenuaciones, ajustes doctrinarios en un mundo moderno cada vez más incrédulo. Por supuesto, como creación humana que es, la noción del infierno puede ser modulada a voluntad, siempre que se haga por parte de los Papas o de los Concilios, que tienen la verdad absoluta por inspiración del Espíritu Santo.


_______


El purgatorio

El II Concilio de Lyon (1274) proclamó el dogma del purgatorio al afirmar que "quienes murieron en la caridad de Dios con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho por ellos la penitencia correspondiente, son purificados después de la muerte con penas purgatorias". La palabra “purgatorio” significa “lugar de limpieza". Aquel Concilio proclamó también la validez de las oraciones ofrecidas como sufragios para “sacar” las almas del purgatorio. El Concilio de Florencia (1439) recogió estos principios y el Concilio de Trento (1545 a 1563) confirmó la doctrina del purgatorio, oponiéndola a las ideas de Lutero, que en aquellos años encabezaba la Reforma Protestante y predicaba que esa doctrina negaba la eficacia de la muerte de Cristo. Lutero se oponía no sólo doctrinalmente a la idea teológica del purgatorio sino que denunciaba el suculento negocio organizado por el Vaticano, que vendía “indulgencias”, documentos firmados por el Papa, que servían para “rescatar” del purgatorio las almas que se consumían en sus llamas. 

Para los católicos, la existencia del purgatorio es una cuestión de fe, ya que su realidad no se encuentra expresada en la Escritura, por más que algunos obcecados intenten encontrar en algunos textos una mención indirecta y muy solapada a él. Hay numerosos documentos que muestran el origen humano de la noción de purgatorio. Sobre todo son fundamentales las decisiones de los Concilios de Florencia y de Trento. Este último dice en su Decreto sobre el Purgatorio (año 1563): “Habiendo la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la sagrada Escritura y de la antigua tradición de los Padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa; manda el santo Concilio a los Obispos que cuiden con suma diligencia que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Padres y sagrados concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conserve por los fieles cristianos”. La iglesia nunca abolió el purgatorio, sigue tan vigente como el infierno. 

El purgatorio está obviamente vinculado con la antigua venta de indulgencias. ¿Es bíblica la doctrina de las indulgencias? Una interpretación consistente y contextual de las Escrituras no respaldará ni su enseñanza ni la doctrina desarrollada a partir de ellas. Esta fue una de las mayores estafas pergeñadas por la Iglesia Católica durante siglos. Se puede resumir así: tu me prestas dinero ahora y yo te lo devuelvo después que mueras, bajo forma de indulgencias. Genial, genial! No conozco en el mundo un negocio tan redituable, tan notablemente elaborado, sin inversión inicial, como éste armado por las jerarquías eclesiásticas. Generó enormes sumas de dinero (y propiedades y títulos), por lo que contribuyó significativamente a que la Iglesia llegase a ser (¿lo es todavía?) uno de los mayores imperios económicos e inmobiliaros en la historia humana.

 El pago por las indulgencias tiene su origen en el bajo medioevo (S. XI al XV) gracias al Papa León X, quien comisionó al monje alemán Johann Tetzel para recolectar grandes sumas de dinero vendiendo indulgencias, esto es, a cambio de un pago previamente establecido (bula del 31 de marzo de 1515). Si la persona moría sin haber sido perdonados los pecados, tendría que pagarlos en el Purgatorio para poder ir al Cielo y una de las formas de reducir este castigo temporal era mediante las indulgencias. Los fieles con familiares fallecidos comenzaron a comprar indulgencias para ayudar a sus seres queridos a salir lo antes posible del Purgatorio. Los papas de la época utilizaban esa fortuna para financiar los grandes edificios e iglesias que construían, las obras de arte que adquirían y... bueno, muchos otros destinos que dejo librado a la imaginación del lector. Frente a la actitud de la Iglesia ante las indulgencias, el fraile alemán Martín Lutero publicó las 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, donde criticaba la decadencia moral de la Iglesia y la corrupción del alto clero, dando lugar al inicio de la Reforma Protestante en Alemania.

Actualmente la obtención de indulgencias no presupone el don de dinero, se obtienen de muchas otras formas, pero siguen vinculadas a la reducción del tiempo de permanencia en el purgatorio. Las indulgencias como se concebían en la Edad Media, es decir, como remisión de las penas generadas por los pecados mediante pagos, hoy no existen más. El Catecismo actual de la Iglesia Católica da, con palabras de Pablo VI, una definición precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados (por la confesión), en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo, 1471). O sea, la indulgencia consiste en una forma de perdón que el creyente obtiene en relación con sus pecados por mediación de la Iglesia. Una indulgencia parcial reducirá el castigo temporal (en vida o en el purgatorio) que merezca una persona por sus pecados. Una indulgencia plenaria quitará todo el castigo temporal dejando el alma dispuesta para entrar inmediatamente en el cielo. Pero ambas se aplican solo al castigo temporal (en vida o en el purgatorio), no al eterno (el infierno), y solo pueden ser distribuidas a través de la jerarquía de la Iglesia Católica.

Richard Dawkins es un destacado científico y un extraordinario divulgador de la ciencia. Le llaman también “el más notable ateo mundial”. Es titular de la Cátedra Charles Simonyi de la Facultad de Conocimiento Público de la Ciencia de la Universidad de Oxford desde 1995. Autor de varios libros, el más conocido y fundamental de ellos es “El gen egoísta”. En su libro “El espejismo de Dios” (Espasa Calpe, 2007), Dawkins se refiere crítica y ácidamente a varios dogmas católicos, entre ellos al del purgatorio. Cita Dawkins que la “Enciclopedia Católica” aporta “pruebas” de la existencia del purgatorio y que este texto plantea la "evidencia indiscutible" de su existencia con este retorcido argumento: "Si el muerto se fuera directamente al cielo o al infierno según los pecados cometidos en la Tierra, no tendría sentido rezar por él...Y rezamos por ellos, ¿no? Por lo tanto, el purgatorio debe existir porque de otra forma... ¡nuestras oraciones no  tendrían sentido!"


______________


El limbo

En el siglo VI San Agustín sostenía que los niños muertos sin bautismo tenían que ir al infierno. Ante las protestas de las madres de esos niños, la Iglesia creó la doctrina del limbo. Así, este fue un lugar diseñado en los siglos medievales, como producto “lógico” derivado de la doctrina del pecado original: allí iban los niños sin bautizar, quienes por haber heredado ese primer pecado grave no podían entrar en el cielo, pero por no tener raciocinio para pecar voluntariamente no debían ir al infierno. En el Catecismo de Pío X, vigente durante casi todo el siglo XX, se afirmaba que en ese lugar los niños “no gozan de Dios pero tampoco sufren”. En la teología católica, el limbo se refería a un estado o lugar temporal de las almas de creyentes cristianos que murieron antes de la resurrección de Jesús (Limbo de los Patriarcas), y a un estado o lugar para los no bautizados que mueren a corta edad sin haber cometido ningún pecado, pero sin haberse librado del pecado original, que solo puede ser eliminado a través del bautismo (Limbo de los Niños). Teóricamente, al menos según algunas interpretaciones, y a pesar de su nombre, también irían a éste aquellos adultos que, no habiendo cometido pecado personal alguno, no hubieran tenido la oportunidad de conocer la doctrina cristiana ni ser bautizados. La idea del limbo para los niños llegó a convertirse en una "doctrina populi" católica bastante común, enseñada hasta mediados del siglo XX. Lo cierto es que ambos limbos no se mencionan en toda la Biblia ni una sola vez. 

A comienzos del siglo actual, el fallecido Papa polaco Juan Pablo II encomendó, en octubre de 2004, al Cardenal Ratzinger que creara una comisión de teólogos para que estudiaran y determinaran si el limbo existe. Trabajaron durante tres años discutiendo y especulando sobre tema tan absurdo. Según comentaron amigos personales, Wojtyla nunca había aceptado que una hermana suya nacida muerta y que no pudo ser bautizada, pudiera no estar en el cielo por haber muerto antes de ser liberada del pecado original. El 19 de abril de 2007, esa Comisión Teológica Internacional, ya bajo el papado de Benedicto XVI, publicó un documento que no constituye magisterio pero que se emite con la autoridad del Vaticano. En él se subraya que la existencia del limbo de los niños no es un dogma (como sí lo es el purgatorio), sino solamente una hipótesis teológica. “No siendo la existencia del Limbo una verdad dogmática, sí es una hipótesis teológica, y por tanto, no quita la esperanza de encontrar una solución que permita creer, como verdad definitiva, la salvación de los niños que mueren sin haber sido bautizados”, indicándose con ello que el destino de las almas de niños o adultos no bautizados que no hubiesen cometido pecado venial, queda sujeto "a la misericordia de Dios". Este caso es especialmente interesante no sólo por el asunto teológico que implica, sino sobre todo por el enorme revuelo mediático que creó en el 2007 y el daño que hizo a la Iglesia y a muchos católicos.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, nacido de las discusiones del Concilio Vaticano II, ya no se menciona al limbo. Monseñor Alessandro Maggiolini, teólogo y uno de los redactores del Catecismo actual, explica por qué el limbo ya no aparece en la doctrina cristiana. Aclara que de este tema no se habla porque «es una hipótesis teológica que no parece fundada sólidamente en la Revelación. El silencio es una opción bastante sabia también porque el limbo, si se hubiera nombrado, no habría podido ser comparado ni con el paraíso ni con el infierno. Dos condiciones de las que a menudo se habla de una manera analítica y un poco petulante en cierta catequesis popular torpe. El Catecismo parece en cambio sugerir que, al final de la vida terrena, no hay soluciones intermedias entre beatitud y condena».

En definitiva, el limbo no existe, fue otro invento humano ahora abolido.


__________


El cielo

Leemos en Catholic.net que es, como dije en un escrito anterior, la segunda web católica más visitada después de la del Vaticano y que, supongo, cuenta con el respaldo de la Santa Sede:
 (http://es.catholic.net/op/articulos/7566/cat/394/que-es-el-cielo.html#modal):

La definición del Cielo que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica es:

"El Cielo es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad, la última meta del inagotable deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón. Es la satisfacción de los más profundos anhelos del corazón humano y consiste en la más perfecta comunión de amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los Santos. Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es." (Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1029, 1721-1722). Ante la imposibilidad de explicar lo que es el Cielo, muchos autores y teólogos han intentado describirlo como lo que no es: en el Cielo no habrá sufrimiento, no habrá hambre, ni sed, ni cansancio, ni injusticias, no existirá el dolor y tampoco la muerte. Esto es un buen comienzo, sin embargo, es demasiado pobre el describir el Cielo como la ausencia del mal, pues el Cielo es eso y mucho más. El Cielo es felicidad que rebasa nuestros deseos, actividad sin cansancio, descanso sin aburrimiento, conocimiento sin velos, grandeza sin exceso, amor sin afán de posesión, perdón sin memoria, gratitud sin dependencia, amistad sin celos, compañía sin estorbos. En el Cielo, Dios nos concederá mucho más de lo que podemos pedir o imaginar y aún aquello que no nos atrevemos a pedir. Realmente puedes imaginarte el Cielo como quieras: imagina el lugar más bello que hayas visto, llénalo de todo lo que te guste y quítale todo lo que te disguste, después pon en él todo lo bueno que te puedas imaginar, acompañado de gente extraordinariamente buena y simpática, haciendo aquello que más te guste. Cuando hayas terminado de visualizar así el Cielo, puedes estar seguro de que esa imagen es nada junto a lo que realmente será. Dios nos ha creado como hombres y nos ama como hombres, por eso, el premio que nos ofrece es para disfrutarlo como hombres, dotados de alma y cuerpo. En el Cielo nuestra alma disfrutará al estar en contacto con Dios y, después de la resurrección de los cuerpos, también disfrutaremos con un cuerpo, aunque será un cuerpo distinto, un cuerpo glorioso que ya no estará limitado por el espacio y el tiempo, como el de Jesús resucitado, que podía aparecer y desaparecer en cualquier lugar. San Pablo habla de esto en I Cor 15, 40 ss.: Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que ese ser corruptible sea revestido de incorruptibilidad y que ese ser mortal sea revestido de inmortalidad. Tendrás el conocimiento perfecto y una claridad absoluta acerca de las intenciones de los demás, te darás cuenta que los condenados no están recibiendo un castigo injusto, sino que ellos mismos lo han escogido libre y voluntariamente. Su sufrimiento no afectará tu felicidad plena. Muchos Santos han visto y descrito el Cielo: San Pablo, Teresa de Jesús, San Agustín, San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís...

¿Qué burla es esta? Pero, ¿a quién se le ocurre todo esto? ¿Qué clase de invento es? ¿Es un cuento para niños de los Hermanos Grimm, de Andersen, de Disney? Por favor, ¿qué base mínimamente cierta tiene? ¿De dónde sacaron tamañas patrañas? ¿Quién se los dijo? Qué tomadura de pelo a la inteligencia del Homo Sapiens!! ¿Página dedicada a convencer a débiles mentales? Qué sarta de mentiras e inventos increíbles en esta página que se burla del intelecto humano!! Uno intenta ser considerado y respetuoso con las creencias e ideas ajenas, siempre lo he practicado, pero esto rebasa todos los límites, es una burla, una afrenta, un insulto, y no es posible dejarlo pasar. Es indignante y merecedor de la más encendida reprobación. Pero ustedes se imaginan las razones y los fines de tal prédica... Y sigue:

¿Qué debo hacer para alcanzar el Cielo? Entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13), tomar la cruz, vender todo lo que tienes y dárselo a los pobres, dejar a tu padre y a tu madre, Tomar el arado y no voltear hacia atrás.

Execrable!! Abandonar la familia (pero cómo, ¿la Iglesia no pondera la familia?) Todo contradicciones, abyecto... Y, por supuesto, mantener a los pobres, no luchar y proponer acciones para que salgan de esa situación, sino mantenerlos dándoles un poco de plata para ir tirando. Claro, "bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos", así seguirán prendidos a la religión, aceptarán entusiastamente su situación y, sobre todo, no se sublevarán y molestarán a los ricos y poderosos (por aquello de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios" (Marcos 10:25).

Ver:



En definitiva

Ya suprimieron el limbo, rebajaron el infierno de ser un tormento activo a ser una especie de dimensión alternativa donde el gran sufrimiento es la falta del amor divino y de la visión de Dios, negociaron el castigo del purgatorio mediante indulgencias... Pero se mantienen firmes con el cielo en base a inventos y patrañas que la gente cree cada vez menos.

Alberto Cirio



_______________

(*) Nota Final:

El autor de esta publicación es "Alberto Cirio", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo "Alberto" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.




Ver: 
Ver Articulo: Países con más Ateos

Ver Sección: Actualidad y Noticias


                                 ARTICULOS RELACIONADOS

.



"Los seres humanos nunca hacen el mal de manera tan completa y feliz como cuando lo hacen por una convicción religiosa"

Blaise Pascal






Viewing all articles
Browse latest Browse all 992

Trending Articles