Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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Las Santas Inquisiciones
(o crueldades en nombre de Dios)
El idioma resulta insuficiente para describir todas las crueldades cometidas por el cristianismo; su historia genera escalofríos y espanto por poca mansedumbre que se tenga.
Pierre Bayle
(filósofo y escritor francés, 1647-1706)
La melodía predilecta del inquisidor son los aullidos de dolor. Y su lugar de diversión, la hoguera en que arde el hereje. Este asesino autorizado por la ley conserva la sanguinaria naturaleza del hombre primitivo.
C. A. Helvétius
(filósofo, literato y masón francés, 1715-1771)
Se da la curiosa circunstancia de que cuanto más poderosa fue una religión y su fe en un momento determinado, tanto mayor resultó la crueldad y peores las condiciones de vida.
Bertrand Russell
El objetivo principal de este texto no es solo recordar lo que fueron las Inquisiciones y algunas "herejías" famosas, que muchos conocerán sobradamente y sobre las cuales hay escritos decenas de libros, sino reflexionar en lo que se han convertido en la actualidad. El término Inquisición o Santa Inquisición (del latín Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium) refiere a los tribunales eclesiásticos dedicados a la supresión de la herejía (delito contra la fe y el dogma oficial), mayoritariamente en el seno de la Iglesia Católica y principalmente en el medioevo. El plural del título obedece a que no hubo una sino varias Inquisiciones. Los decretos canónicos de la Edad Media, definían claramente quienes eran los sujetos "de segunda clase", carne de suplicio sin remordimientos: herejes, paganos, judíos, ateos, brujas, renegados y, en general, los enemigos del Papa y de la Iglesia.
Antes de entrar en tema y dejando posturas ideológicas de lado, es preciso comprender a fondo la sociedad de la Edad Media si queremos juzgar la finalidad de la Inquisición. Concebir la Edad Media sin la Iglesia es imposible. En todos los hitos importantes ella jugaba un rol preponderante y fundamental. La sociedad medieval era una amalgama en la que la Iglesia, el Estado, la sociedad y los individuos, constituían una sola entidad religiosa, que se conocía con el nombre de “Cristiandad”, en la que atacar la fe significaba atentar contra el Estado. Europa era un conjunto de Estados en donde la unidad de los ciudadanos bajo el rey era fundamental. Esta unidad se basaba en tres aspectos: unidad política, unidad religiosa y unidad cultural. Es por ello que todo ataque que afectase a uno de los tres aspectos, se consideraba un atentado contra el Estado. Así, uno de los roles de la Inquisición (por supuesto no el único ni el principal) fue la defensa de ese Estado. Tanto es así, que quienes muchas veces pedían al Papa la creación de tribunales inquisidores eran los propios reyes, para defender la seguridad de su territorio en peligro frente a ciudadanos que desafiaban la unidad del reino. Por este motivo, la herejía no era solo distanciarse de la religión y las creencias que regían la vida de la sociedad medieval, sino que se consideraba además como una actividad antisocial.
Pero desde bastante antes que la Inquisición fuera creada, ya en el siglo IV se autorizaba y justificaba la tortura y la muerte por razones religiosas. El más famoso santo de la Iglesia antigua, Agustín de Hipona, San Agustín (354-430), padre y doctor de la Iglesia, decía: "Recuerda todos los posibles martirios, compáralos con el infierno y ya puedes imaginarlo todo fácilmente. El torturador y el torturado son aquí efímeros, allí eternos ... Lo que aquí sufra el ser humano supone una cura si se corrige" (Karlheinz Deschner, Historia criminal del cristianismo, Tomo II: La época patrística y la consolidación del primado de Roma, págs 119-120, 1991, Ed. Martínez Roca, Barcelona). Los católicos interpretaron esto como que podían maltratar cuanto quisieran, carecía de importancia comparado con el infierno. Hasta se consideraba una "cura" y lo que parecía persecución de herejes, donatistas, judíos, paganos, apóstatas y otros disidentes, en realidad era sólo amor, exclusivamente amor, buscando la salvación de los descarriados y su retorno a la fe verdadera y el premio eterno. El nombre de Dios, y la prédica de su amor infinito, justificaban los crímenes más espantosos. San Agustín inspiró a muchos inquisidores ensangrentados de los futuros siglos, que justificaban sus atrocidades invocando en parte a este santo. Leemos a Emilio Silva (San Agustín y la pena capital, Revista de Estudios Políticos, N° 208-209, págs. 207-220, 1976, España, ISSN 0048-7694):
"En el trato de los herejes, el santo doctor no llegó nunca a negar la licitud de la última pena, antes, explícitamente la enseña, determinando sus condiciones: la muerte será lícita siempre y cuando sea aplicada «por quien esté revestido de legítima autoridad» y que proceda no por egoísmo o venganza, sino con amor como «el padre que castiga al hijo pequeño, al cual, por su tierna edad, no puede aborrecer». Es así como «varones eminentes y santos», como Elias, actuaban sin recelo de infligir la muerte para impedir el pecado. Es indudable, y por todos admitido, que San Agustín no sólo dio su aprobación y hasta elogió el pedido de intervención del brazo secular, sino que también aprobó y justificó las leyes y edictos imperiales de represión de la herejía, en varios de los cuales se incluía la pena de muerte ... En lo tocante a los castigos de los herejes, rectificó su actitud de los primeros años de su vida episcopal y fue paulatinamente formulando la doctrina de la legitimidad y eticidad del castigo físico de los herejes, y de la intervención severa del brazo secular".
Devenir histórico y multiplicidad de las Inquisiciones
Todos los historiadores concuerdan en que la Inquisición inicial, denominada Inquisición medieval, de la que derivan todas las demás, fue fundada en 1184 en la región de Languedoc (sur de Francia). Nació por iniciativa del Papa Lucio III y del emperador alemán Federico I, para combatir el movimiento herético de los cátaros o albigenses, que desconocían la autoridad papal, eran contrarios al lujo, a los santos y a la adoración de estatuas y de reliquias. El movimiento se propagó durante el siglo XII por Europa occidental y llegó a transformarse en insurrección abierta contra los señores feudales. También se intentaba combatir la herejía valdense, surgida en ese mismo siglo a partir de Pierre Valdo, un rico comerciante de Lyon y predicador de la Biblia. Lucio III promulgó la bula Ad abolendam en la que ordenó que se establecieran tribunales episcopales en toda la Cristiandad latina que se ocuparan de la herejía. Este decreto fue refrendado por el Concilio de Verona de ese mismo año, presidido por Lucio III, exigiendo a los obispos el nombramiento y envío de comisarios a las zonas contagiadas por las herejías, con el fin de realizar investigaciones. Este decreto fue el comienzo de la Inquisición.
Pero el edicto del Concilio de Verona no fue suficiente para detener el avance de la herejía. En el año 1198, el Papa Inocencio III designó legados apostólicos (con plenos poderes) que se convirtieron en los primeros inquisidores papales. En 1199 este Papa (que sustituyó el título tradicional de vicario de Pedro por el de vicario de Cristo, afirmando así su autoridad soberana absoluta sobre la Cristiandad) hizo pública la bula Vergentis in senium en la que decretaba la herejía como un crimen de lesa majestad, el crimen supremo según el derecho romano, por lo que la herejía de noción teológica se transformaba en noción jurídica. La consideración de la herejía como un crimen de lesa majestad se basaba en la idea que «cuando un hereje se colocaba fuera de la comunión eclesial, se constituía al mismo tiempo fuera de la sociedad» (recordemos aquí lo indicado en el segundo párrafo de este texto). La equiparación de la herejía con el delito de lesa majestad fue confirmada en el IV Concilio de Letrán (1215) y a partir de entonces los heréticos recibieron el mismo tratamiento penal que el derecho romano reservaba a los "infames" ("degradadores del honor civil"). Ese Concilio encomendó el juicio de los heréticos a los obispos o a quienes estos designaran, inaugurando así la Inquisición episcopal medieval, cuyas funciones fueron posteriormente redefinidas en el Concilio de Toulouse (1229). El primer inquisidor nombrado por el Pontífice fue Domingo de Guzmán, que estableció su tribunal precisamente en Toulouse.
En 1231 el Papa Gregorio IX, en su bula Ille Humani Generis, transformó esta Inquisición en Inquisición pontificia o papal medieval, bajo su directa supervisión, y la decretó para toda la Iglesia. Considerando que los tribunales episcopales habían fracasado en la erradicación de la herejía cátara, otorgó a la orden de los Dominicos de Regensburg (acompañados más tarde por los franciscanos), el poder de crear tribunales inquisitoriales. Con esta bula se creó "un nuevo tipo de funcionario, un investigador cuya autoridad derivaba directamente del Papa, de cuya decisión no había apelación y que actuaba de acuerdo con el modo eclesiástico tradicional del procedimiento inquisitorial". Se consolidó así la persecución sin tregua de los cátaros y los valdenses, estableciéndose la sede inquisitorial en la ciudad de Carcasona, donde durante muchos años se llevaron a cabo las más atroces torturas contra los herejes. En 1252 el Papa Inocencio IV, en su bula "Ad extirpanda", autorizó el uso de la tortura para obtener confesiones, pero recomendaba a los torturadores que no se excedieran al punto de mutilar o matar al reo (¡noble consideración!).
A comienzos del siglo XIII la Inquisición ya funcionaba en Francia, Italia y Alemania. A partir de 1249 se desarrolló paulatinamente en el reino de Aragón. En 1478, con la unión de Aragón con Castilla, pasó a llamarse Inquisición española (1478-1834), con características propias. A diferencia de la medieval estaba bajo la autoridad de los Reyes Católicos, en quienes el Papa había delegado todo lo referente a la herejía en los dominios de su reino. Luego su ámbito de acción se extendería a otras tierras hispanas y a los territorios colonizados en América. En ese 1478 los monarcas crearon el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición española, con el objetivo de mantener la ortodoxia católica y la unidad religiosa en su reino, terreno que estaba repleto de falsos conversos judíos y moros. A raíz de un informe realizado por el arzobispo de Sevilla, el Cardenal Mendoza, denunciando "las prácticas judaizantes que seguían realizando impunemente los conversos andaluces", los monarcas solicitaron al Papa Sixto IV permiso para constituir este órgano en la Corona de Castilla. Ciertamente, muchos de los judíos conversos lo habían hecho por miedo más que por fe y su cristianismo era poco ortodoxo cuando no claramente fingido. La envidia y la codicia de muchos cristianos viejos, que vieron como los nuevos conversos podían ocupar sus lugares en la sociedad, les animaba a buscar en estos cualquier defecto y a seguir hostigando a los judíos que aún no se habían convertido. En 1481, se celebró el primer Auto de fe (cf. infra) en Sevilla, a raíz del cual fueron quemados vivos seis acusados de judeoconversos. Sin embargo, los escasos resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos quienes, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada (cf. infra) para el cargo de Inquisidor General de Castilla en 1483. Durante los siglos XVI y XVII la Inquisición española actuó contra judíos, luteranos y brujas y durante el siglo XVIII contra los masones y censurando libros.
La Inquisición portuguesa abarcó el periodo 1536-1821. En Portugal se habían refugiado numerosos judíos españoles luego de su expulsión de España en 1492. Entre 1496 y 1498 el rey Manuel I promovió acciones para acabar con la presencia en su reino de judíos y musulmanes, obligando a la conversión forzosa de aquellos miembros de ambas religiones que quisieran permanecer en Portugal. Se supone que fue presionado para esto por sus suegros, los Reyes Católicos. La Inquisición fue establecida en Portugal en 1536 por el rey Juan III bajo la autoridad del Papa, pero en 1539 el rey nombró inquisidor a su hermano. En 1547 el Papa aceptó que la Inquisición dependiese de la corona portuguesa.
La Inquisición romana fue creada en 1542 por el Papa Paulo III para perseguir el protestantismo y los errores doctrinales que estaban surgiendo por toda Europa. Fue un organismo bastante diferente de la Inquisición medieval, ya que era una congregación permanente de cardenales y otros prelados que no dependía del control episcopal. Su ámbito de acción se extendía a toda la Iglesia católica. En 1600 el Santo Oficio juzgó, condenó y quemó en la hoguera al filósofo renacentista Giordano Bruno, y en 1633 fue procesado y condenado el genio científico Galileo Galilei por su defensa de la teoría heliocéntrica (cf. infra).
La lenta desaparición de las inquisiciones históricas
La conducta excesiva de algunos inquisidores y su intromisión en las disputas temporales minaron el prestigio del Santo Oficio. En 1560 fue tempranamente abolido en Francia. La Inquisición española, que poseía en su país 44 tribunales, llevó sus actividades a sus colonias en América. Fue establecida por el rey Felipe II en 1570 y solo tenía jurisdicción sobre criollos y españoles, no sobre los indios. Tuvo tribunales en México (con jurisdicción sobre toda Centroamérica), Lima (con jurisdicción sobre todo Perú, Panamá, Quito, Cuzco, Río de la Plata, Tucumán, Concepción y Santiago de Chile) y Cartagena de Indias, Colombia (en esta última hasta 1819 cuando fue eliminada por Simón Bolívar). También tuvo algunos coletazos sangrientos en Venezuela, Brasil y Chile, pero desaparecieron relativamente rápido. Eliminar la Inquisición fue un reclamo de todos los protagonistas de las luchas independentistas latinoamericanas. En España la Inquisición existió hasta el siglo XIX. Las torturas se suspendieron el 4 de diciembre de 1808, día en que Napoleón Bonaparte la abolió. Las Cortes de Cádiz lo refrendaron en 1813. No obstante, volvió a reestablecerse en 1814 por Fernando VII. El último auto de fe tuvo lugar en Valencia en 1826: un maestro de escuela fue ahorcado, acusado de deísta, por no llevar a sus alumnos a misa y por no rezar el avemaría en la escuela. El caso tuvo repercusión en toda Europa y marcó el fin en España de esta nefasta institución. Fue abolida definitivamente en 1834, pero recién en 1835 el Papa suspendió la actividad de los tribunales inquisitoriales. En Portugal fue abolida por las Cortes Generales en 1821. Finalmente, el papado transformó la Inquisición en la Congregación del Santo Oficio, que sirvió de instrumento político de lucha contra el progreso social y el comunismo. Esta Congregación fue reorganizada en 1965 y convertida en la Congregación para la Doctrina de la Fe (cf. infra).
Metodología de los Tribunales de la Inquisición
El Tribunal inquisidor adquirió poderes absolutos de represión sistemática y de empleo de torturas inenarrables. Se calcula que esta actividad llevó a la muerte, sólo en Europa, a más de un millón de personas, la mayoría mujeres. Para la Inquisición española cualquier persona a partir de doce años, las niñas, y de catorce, los niños, podía ser responsable de herejía. Cuando el Tribunal de la Inquisición se instalaba en un pueblo, comunicaba públicamente el comienzo de sus investigaciones solicitando denuncias y autodenuncias, dando plazo para ellas (un mes, "tiempo de gracia"). Quien se autodenunciara tenía chances de ser perdonado. Quién no denunciara un hecho "raro" pasaba inmediatamente a ser sospecho si otro lo acusaba de encubrimiento. Por esto era común presentarse a delatar sospechosos o a quien se odiaba, bajo la protección del anonimato. Por lo general, el detenido nunca sabía quién lo acusaba ni de qué (la aceptación de la denuncia anónima es propia de la Inquisición). Los Tribunales interrogaban a los acusados y si no decían lo que ellos querían los torturaban hasta que lo dijesen. A las víctimas les eran mostrados los aparatos de tortura antes que los verdugos entrasen en acción, proceder que surtía efecto muy a menudo. Lo esencial para los jueces era conseguir la confesión. El acusado contaba con un "abogado defensor”, que no lo defendía sino que lo presionaba para que reconociera y confesara sus culpas. El proceso raramente terminaba con la absolución y habitualmente con la condena. Esta se leía públicamente en el llamado auto de fe (cf. infra). Pero la Iglesia no castigaba a nadie: luego de leída la condena entregaba a los reos, en un vergonzoso ejercicio de cinismo, al poder civil (brazo secular de la Inquisición) para que fuera éste quien los ajusticiara. No debemos olvidar el hecho no menos importante que la Iglesia confiscaba y se apoderaba de todos los bienes del ajusticiado: las familias tenían que entregar los bienes de la víctima a los sacerdotes. A menudo las víctimas de la tortura eran ricas y, a lo largo de la historia, esto ha sido una fuente no desestimable, pero sí vergonzosa, del enriquecimiento de la Iglesia. En la práctica predominaba el espionaje y la delación. Los procesos se llevaban a cabo secretamente. A diferencia de los juicios normales, en los de la Inquisición no se comunicaba a los enjuiciados el nombre de los testigos. En muchos casos de acusados reticentes, el reconocimiento de las "culpas" se conseguía mediante torturas. Como castigos se utilizaban el ostracismo, las multas, las reclusiones en cárceles, la muerte en la hoguera y la confiscación de bienes. La quema de personas vivas en la hoguera era, como pueden imaginarse, el más cruel de los castigos y se practicaba ampliamente. En la confiscación de bienes estaban interesados, por supuesto, los príncipes feudales, el clero e incluso los delatores: todos se enriquecían a cuenta de los condenados.
El auto de fe era un acto público, al que acudían multitudes, donde se manifestaba dramáticamente el poder intimidatorio de la Inquisición. Era todo un espectáculo teatral que los jerarcas de la Iglesia cuidaban en sus mínimos detalles para provocar en los asistentes miedo, respeto a la autoridad, arrepentimiento, rechazo y desprecio a los herejes. En él los condenados por el Tribunal abjuraban de sus pecados y mostraban su arrepentimiento (o no), para que sirvieran de lección a todos los fieles que se habían congregado en la plaza pública, "para edificación de todos y también para inspirar miedo", según el Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich, Inquisidor General de la Corona de Aragón, s. XIV. Los reos eran conducidos de madrugada desde la prisión de la Inquisición hasta la capilla del Santo Oficio, de donde salía una procesión encabezada por una cruz verde, símbolo de la Inquisición. Los reos arrepentidos de sus herejías llevaban velas encendidas. Detrás, los frailes dominicos integrantes del Tribunal. Luego los condenados a muerte por ahorcamiento o por hoguera, vestidos con la túnica llamada “sambenito”, pintada con llamas del infierno y rostros de condenados y llevando en la cabeza un cucurucho de cartón, también pintado con símbolos infernales. Cerraban el cortejo lanceros a caballo y representantes de las comunidades religiosas que había en la ciudad. Los primeros autos de fe fueron obra de la Inquisición pontificia medieval. Como ya dijimos, en ellos la Iglesia no ejecutaba a nadie (la Inquisición era un tribunal eclesiástico y no podía llevar a cabo la pena capital). Los condenados eran entregados al brazo secular, los tribunales reales, que eran los encargados de ajusticiar a los reos. Eran estrangulados previamente si eran penitentes o quemados vivos si eran impenitentes, es decir, si no habían reconocido su herejía o no se arrepentían.
Como corolario, les transcribo un fragmento del texto de Von Wolfgang Beutin especialista en literatura y Catedrático no titular en la Universidad de Bremen, Alemania, citando pasajes de la monumental obra "Historia Criminal del Cristianismo" (10 tomos) de Karlheinz Deschner, historiador y ensayista alemán del cual ya les he dado referencias en mis textos anteriores (en itálica las frases de Deschner).
"La “represión” es la palabra dominante al examinar históricamente la teoría y praxis del cristianismo, sobre todo la palabra clave: represión de la “herejía”. Un ejemplo: El inquisidor dominico Fray Roberto, nombrado por Gregorio IX (1127-1241), que llevó a la hoguera a mucha gente en Cambrai, Douai y Lille -tan sólo el 29 de mayo de 1239 en Mont-Aime de la Champagne hizo que ardieran 183 herejes, un holocausto agradable al Señor (maximum holocaustum et placabile Domino), como dice el relato. Tales holocaustos y hogueras humanas recorren desde la Edad Media la historia de la cristiandad, sobre todo en Europa, incluso en vida de Goethe y Schiller las hogueras no paran de echar humo. La quema de herejes se celebra la mayoría de las veces en día de fiesta y la Iglesia las convertía en una demostración de su poder fáctico, en un sacrificio ritual pomposo, más atractivo que cualquier otra fiesta eclesial. Es lo que se denominó con una expresión portuguesa auto da fé, en latín actus fidei, el auto de fe, sin duda lo más fervoroso y apasionado de la historia religiosa. Por regla general iba precedido de una sesión de tortura, que ya había sido autorizada y bendecida contra los donatistas por el santo obispo y doctor de la Iglesia Agustín, el arquetipo de todos los cazadores de herejes del medioevo; la tortura defendida como bagatela comparada con el infierno, como cura, como emendatio (enmienda)".
Métodos de tortura y muerte
Si incluyo aquí una breve descripción de las atroces torturas utilizadas por los inquisidores, no es por un puro placer sádico. Quiero remover la conciencia de aquellos creyentes que ignoran o quieren esconder estos episodios tenebrosos de la Iglesia de sus devociones, quiero que asuman los mecanismos por los que la Iglesia católica se impuso salvajemente sobre la ignorancia pre-científica de millones de simples y humildes habitantes de este planeta. Perdón si hiero la sensibilidad de muchos, pero esto existió en nombre del amor a Dios. En 1908 se realizó en Berlín la primera exposición sobre la Santa Inquisición, mostrando sus métodos y efectos. Posteriormente, en 1983 se inauguró en Florencia una exposición con los instrumentos de tortura usados desde la Edad Media hasta la era industrial. La exposición tuvo gran impacto y circuló por muchas ciudades europeas. En ella se exponían 85 instrumentos de tortura, todos utilizados y comprobados en su eficacia. La mayoría del material mostrado eran piezas originales, occidentales, de los siglos XVI y XVII.
El celo y el talento invertidos en la invención de horrendos artefactos, sobrepasan toda capacidad de descripción. El uso de estos métodos fue aprobado por la jerarquía católica, no faltando entre ellos algunos, excepcionalmente diabólicos, inventados especialmente por los “humildes y santos prelados” o sus secuaces, con el propósito de forzar a las infelices víctimas a “confesar sus herejías”. Para colmo, solían inscribir las palabras “Soli Deo Gloria” (“Gloria solo a Dios”) en los aparatos confeccionados para torturar y los rociaban con agua bendita. El sacrificio humano había sido restaurado.
- El “sillón de púas”. Púas agudas en el asiento, el espaldar, los brazos y los descansos para piernas y pies penetraban la carne del acusado. El asiento de hierro podía ser calentado. Este método fue usado en Italia y España hasta fines del Siglo XVIII.
- La "cama de estirar el cuerpo" (el "potro") hasta romper coyunturas.
- El “hierro candente” en los ojos, los oídos, la boca y otros orificios del cuerpo.
- Los "ojos sacados" y la "lengua cortada".
- La "suspensión por manos atadas". Las manos de la víctima eran atadas a la espalda, luego se la suspendía en el aire por una soga atada a sus muñecas (La Reforma, por Will Durant. Página 211).
- El primitivo "submarino", usando orina o excremento para ahogar a los herejes.
- La "tortura por agua". La víctima era inmovilizada y luego con un embudo introducían agua por su garganta hasta casi ahogarla. (La Reforma, por Will Durant pág 211).
- La conocida “rueda” fue usada para romper los huesos. Según obras pictóricas, a veces “santos” clérigos observaban beatíficamente este acto sádico.
- La “santa trinidad” era un casco de acero calentado al rojo vivo y colocado sobre la cabeza del denunciado. Al quitárselo, la piel quemada quedaba pegada al acero y también los ojos en algunos casos.
Otros instrumentos y procedimientos de tortura eran igualmente tan inhumanamente barbáricos y obscenos que quiero detenerme aquí. Si algún estudioso quiere buscarlos en Internet u otras fuentes de información, les doy simplemente el título: “las peras del Papa” (Pope’s Pears), “la araña de hierro.” (The Iron Spider), “la pata de gato con uñas.” (The Cat’s Paw), "la virgen de hierro", los "torniquetes eclesiásticos", "el empalado"... La lista no tiene fin. La Inquisición comenzó la práctica de torturar en el año 1252. En 1816, una bula papal prohibió esta práctica. Reconocía que “Mientras las cortes seculares frecuentemente trataban ferozmente a los sospechosos, muchos de los procedimientos más salvajes fueron infligidos por frailes de la Inquisición. En la España medieval, los dominicos se granjearon la fama de ser los más temibles torturadores. Usualmente, las torturas fueron efectuadas en secreto, en mazmorras subterráneas.” Escribe Voltaire dirigiéndose a los cristianos: "¿Queréis descubrir verdaderas bestialidades, asesinatos al por mayor, ríos de sangre vertidos de madres, padres, esposas, maridos y recién nacidos? Entonces buscad en vuestros anales. Os cuadra muy bien eso de imputar crueldades a los emperadores romanos cuando habéis cubierto Europa con ríos de sangre y cuerpos moribundos". Ni en los mismos relatos evangélicos de la Pasión se ve sometido el "hijo de Dios" a los procedimientos de tortura utilizados por las Inquisiciones durante los siglos de hegemonía cristiana. En la conocida parábola evangélica del "Hijo pródigo", su regreso era premiado con el sacrificio de una ternera cebada, pero en estos tiempos oscuros al hereje le esperaba la muerte en la hoguera, por más arrepentimientos y penitencias que ofreciera.
La quema de brujas
En un mundo sin conocimientos científicos que explicaran las causas de desastres naturales y enfermedades, dominado por la religión y el pensamiento mágico, y culturalmente modelado por los valores masculinos, muchas mujeres (feas, lindas, jóvenes, viejas, solas, enfermas o "raras") fueron vistas como brujas, responsables de catástrofes, autoras de maleficios o vinculadas con Satán. También se las acusaba de brujería por enemistades o para quedarse con sus propiedades. Creer en la brujería fue una expresión de la cultura rural y popular. La brujería es tan antigua como la humanidad, pero es a partir del siglo XIV y XV cuando la “Santa Iglesia católica”, a través de la Inquisición, se dedicó a la quema masiva de mujeres. La apertura de archivos vaticanos reveló que el 85% de los expedientes por brujería tuvieron como denunciados a mujeres. La obsesión de las brujas fue el desarrollo metódico, organizado y planificado de un delito. No cabe duda que detrás de esta persecución encontramos el menosprecio, la desvalorización y la represión de las mujeres que la Iglesia, en nombre de su "moral sexual", llevó a cabo durante toda su historia.
En 1484 el Papa Inocencio VIII reconoció oficialmente la existencia de la brujería. En su bula “Summis desideratis affectibus” afirmaba: Ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas no evitan el fornicar con los demonios y que mediante sus brujerías, hechizos y conjuros hacen perecer la fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra". Los tribunales inquisidores se unieron a los tribunales civiles para "cazar" brujas. El período de mayor persecución y crueldad fue entre 1560 y 1660. Los religiosos dominicos alemanes Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, delegados del Papa Inocencio VIII para perseguir brujas, publicaron en 1486 un libro espeluznante, el Maellus maleficarum (o Martillo de brujas), en el que proponían métodos de tortura para obtener la confesión. Escribían: "La mujer es mala por naturaleza, porque duda pronto de la fe y abjura más deprisa. Esto es justamente el fundamento de la brujería". Este libro aumentó considerablemente el número de brujas, porque ante las crueles torturas que les infligían muchas terminaban confesando que lo eran. Para acusar a una mujer de ser bruja y de tener un pacto con Satán, bastaba una simple sospecha, no eran necesarias pruebas concretas, no había opción a la defensa y las confesiones hechas bajo tortura eran válidas. Si la sospechosa no confesaba después de ser torturada, se interpretaba como un signo aún más claro de la posesión diabólica. Wikipedia da algunas cifras estimadas de las mujeres ejecutadas, basadas en datos de procesos inquisitoriales constatados. En Suiza 4 mil (sobre 1 millón de habitantes), en Polonia-Lituania 10 mil (sobre 3,5 millones), en Inglaterra "miles”, en Alemania 25 mil (sobre 16 millones), en Dinamarca-Noruega 1.350 (sobre casi un millón), en España sólo 59 ejecuciones, en Italia 36 y en Portugal 4. También hubo hombres acusados de brujería, pero en muchísima menor proporción. Es evidente que tras la quema de brujas, estaba la ideología misógina de los funcionarios de la iglesia, su desprecio y su miedo a las mujeres. En el texto “Martillo de Brujas” aparecen algunas de las razones con las que intentaron explicar la propensión femenina a la brujería. Siguiendo textos bíblicos y de la cultura clásica griega, los inquisidores afirmaron que las mujeres son propensas a cometer maldades extremas haciéndose cómplices del demonio. Decían que las mujeres son crédulas por naturaleza y por eso el demonio “las ataca prioritariamente”, lo que habría quedado demostrado en la tentación de Eva en el paraíso. Además, por ser de lengua traicionera, las mujeres tienen capacidad para justificar engañosamente sus actos de brujería. Finalmente, las mujeres son inferiores y eso hace que su fe sea frágil, vulnerable. La palabra latina “fémina”, que aún empleamos, significa de “fe-menor”, fe más débil.
A partir del 1700 esta "cacería" disminuye y los asesinatos se reducen. La última ejecutada por bruja en Europa occidental fue la suiza Anne Goldin, en 1782. Gracias a la evolución de la medicina se demostró que muchos síntomas, que en aquella época eran considerados como posesión del demonio y conducían a la tortura y la hoguera, no eran sino ataques epilépticos o de histeria.
Los inquisidores más famosos
Bernardo Gui (1261-1331),
religioso dominico francés, vuelto a la notoriedad por la película El Nombre de la Rosa, fue Gran Inquisidor de Toulouse entre 1308 y 1323. Escribió una guía práctica para inquisidores utilizada durante la Baja Edad Media, Practice Inquisitionis hæreticae pravitatis ("Práctica de la Inquisición en la depravación herética"), en el cual aconsejaba e instruía sobre las prácticas y métodos a aplicar. Mientras ejerció su cargo, debió hacer frente principalmente a tres grandes tipos de herejía: el catarismo, el valdismo y el beguinismo. En recompensa por sus servicios fue ascendido al episcopado por el Papa Juan XXII. Es uno de los personajes de la novela de Umberto Eco que dio nombre a la película, en la cual aparece como un individuo fanático, cruel y despótico que se opone ferozmente a los razonamientos lógicos, prefiriendo someterse enteramente a su inquebrantable fe en Dios. Utilizando métodos de tortura, incluso de su propia invención, hace confesar a sus víctimas crímenes o pecados que no han cometido. La fiabilidad histórica de esta descripción es cuestionable, pero la metodología era propia de la Inquisición. Durante sus 15 años como inquisidor pudo investigar 647 casos, de los que más de la mitad terminó en prisión, un tercio logró la absolución, un tercio fue marcado con cruces y 43 murieron en la hoguera.
Fray Tomás de Torquemada
fue el primer Inquisidor General de Castilla y Aragón. Es sin duda el más sangriento y emblemático de todos. La Inquisición española fue la forma de represión religiosa y política más eficaz de la historia y Torquemada presidió sus primeros años, el período más sangriento de los 300 años que habría de durar esta Institución. Se estima que bajo su mandato, el Santo Oficio quemó a varios miles de personas y otros muchos miles fueron torturados y/o condenados a penas deshonrosas (cifras variables según el historiador, algunos de los cuales se refieren a las exageraciones de la "leyenda negra" vertida contra España, por lo que prefiero no hablar de cifras exactas). La influencia del dominico fue fundamental para que los Reyes Católicos aprobaran la expulsión de los judíos de España, y fue responsable de la quema de bibliotecas judías y árabes (además de judíos, obviamente). La sanguinaria represión cristiana de los judíos en España, impulsada por este hombre, anticipa lo que sucedería más tarde en la Alemania de Hitler. Paradójicamente, Torquemada tenía orígenes judíos: la sangre que tanto se esmeró en derramar era la de sus antepasados. Procedía de una influyente familia judía establecida en Castilla siglos atrás y que había decidido convertirse al cristianismo. "Sus abuelos fueron del linaje de los judíos convertidos a nuestra Santa Fe Católica", escribe el cronista Hernando del Pulgar, en su libro Claros varones de Castilla. El hispanista Joseph Pérez echa luz sobre esta aparente contradicción: "El antijudaísmo militante de algunos conversos se debía a su deseo de distinguirse de los falsos cristianos mediante la severa denuncia de sus errores". Incluso dos de los más fanáticos colaboradores del Santo Oficio, Alonso de Espina y Alonso de Cartagena, también tenían orígenes hebreos. La creciente presión social sobre la comunidad hebrea en el siglo XV había provocado la conversión al cristianismo de casi la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España. Incluso se atribuye a Torquemada el Edicto de Granada, en el que se ordenó la expulsión de todos los judíos de la corona castellano-aragonesa tras la conquista de Granada en 1492.
Fue confesor personal de Isabel "la Católica". Aprovechándose de esta situación convencerá a la reina que la voluntad de Dios es que tanto musulmanes como, especialmente, judíos sean expulsados de España. Tradicionalmente, este rango servía a los eclesiásticos como puente hacia otras posiciones más elevadas. Por ello, pese a su vida austera y su perfil discreto, el dominico fue elegido para reformar la Inquisición española, ya que desde su fundación en 1478 no estaba cumpliendo los objetivos esperados por los Reyes Católicos. La incansable actividad de Torquemada extendió los tribunales por toda la península e inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, que posteriormente fue sustituido por el acoso a otros grupos considerados subversivos, como los calvinistas o los protestantes. Su figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba torturando y quemando a la gente. Crueldad y fanatismo son las dos palabras que los historiadores usan para describirlo. Un fiel siervo de Dios, a la vez que un sádico asesino de centenares de seres humanos. Sigue siendo imposible justificar sus métodos de interrogatorio y castigo, que incluso comprendían a cualquier niño mayor de 12 años sospechado de herejía.
Varios inquisidores ascendieron al papado. Gian Pietro Carafa, Gran Inquisidor y prefecto de la Congregación del Santo Oficio, donde desplegó toda la mano dura que le fue posible, fue posteriormente el Papa Pablo IV en 1555. Fue fundamental en el desarrollo de la Inquisición romana, reorganizando los tribunales en diversos territorios de la península itálica. Ya antes de ser elegido Papa, Carafa se había distinguido por su lucha contra la herejía protestante, sobre todo por su obra de represión: torturas, cárcel, confiscación de bienes y pena de muerte. Decía que tenía "el brazo lleno de sangre hasta el codo". Y durante su papado no dudó en intensificar el empleo de la tortura en los procesos inquisitoriales. Siendo Papa nombró al cardenal Michele Ghislieri como Gran Inquisidor. En 1555 emitió la bula Cum nimis absurdum, por la cual instituía en Roma el gueto que ya existía en otras ciudades europeas: los judíos, unas dos mil personas, se vieron obligados a vivir recluidos en una zona específica y a llevar públicamente señales distintivas en sus vestimentas. Algunos de los judíos apóstatas fueron condenados a ser quemados en la hoguera en 1556 y otros a galeras (remeros) de por vida (Javier García Blanco, Historia negra de los Papas, Ed. Luciérnaga, Barcelona, 2017). Fabio Chigi, posteriormente el Papa Alejandro VII, fue inquisidor en Malta y Adriano de Utrecht, posteriormente el Papa Adriano VI, fue Inquisidor General de España y desarrolló la inquisición en América.
El proceso de Juana de Arco
Ella es sin duda la víctima históricamente más famosa de la Inquisición. Obedeciendo a “visiones”, la joven Juana logró introducirse en el ejército Francés, llevándolo al triunfo en varias batallas importantes durante la Guerra de los Cien Años. No me extiendo sobre su historia, por demás conocida. El tribunal de la Inquisición que la juzgó, luego de varias vicisitudes, la declaró apóstata, mentirosa, sospechosa de herejía y blasfema hacia Dios y los Santos, lo que la llevó a su condena. Su intento de recurrir la decisión ante el Papa fue ignorado. La quemaron viva en la Plaza del Mercado Viejo de Rouan, el 30 de mayo de 1431. Tenía tan solo diecinueve años de edad. Veinticuatro años más tarde, el Papa Calixto III revisó la decisión de aquella corte eclesiástica, encontrando inocente a la doncella y declarándola mártir. En 1920 fue declarada Santa por el Papa Benedicto XV.
El caso de Giordano Bruno
En febrero de 1600, a los 52 años de edad, este fraile dominicano fue quemado vivo en Roma por orden de la Inquisición. Giordano Bruno era doctor en teología y fue escritor, filósofo, docente y teólogo, pero cuestionó muchos principios y concepciones que la Iglesia renacentista consideraba intocables. Ponía en duda los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, y no creía en los milagros de Jesús. Por otra parte tuvo la intrepidez de apoyar las teorías de Copérnico sobre el heliocentrismo. Recorrió el mundo con sus enseñanzas y su carácter fuerte y combativo, publicando libros, hasta que fue traicionado y entregado a la Inquisición. Este asesinato del a todas luces inocente fraile fue evidentemente una maniobra destinada a preservar la ignorancia del pueblo y el poder totalitario de la jerarquía católica. De esta acción la Iglesia actual se ha arrepentido "pidiendo perdón a Dios y a todos los hermanos", pero no rehabilita el pensamiento de Bruno.
Copérnico, Kepler y Galileo
Nicolás Copérnico fue un monje polaco-prusiano del Renacimiento que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar. Era matemático, astrónomo, jurista, físico, médico, clérigo católico, doctor en derecho canónico, gobernador, diplomático y economista (en aquella época con la ciencia en pañales se podía ser todo eso). Su libro De revolucionibus orbium cœlestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), publicado en 1543 luego de su muerte, suele ser considerado como el inicio de la astronomía moderna. Años después la Iglesia católica lo prohibió incluyéndolo hasta 1835 en el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum (índice creado por la Inquisición romana en 1559, una lista de publicaciones y autores que no podían leerse bajo pena de excomunión). “Necia y absurda en el aspecto filosófico” y “herética por contradecir las máximas de la Sagrada Escritura” fue como lo calificó la Inquisición. La versión original no pudo leerse sin incurrir en la condena inquisitorial hasta 1835. Su contenido asestaba un golpe aplastante a la religión y a la Iglesia, a la leyenda de la creación del mundo por Dios. El hombre y la Tierra ya no eran el centro del universo. Copérnico fue considerado hereje por haber desafiado las enseñanzas religiosas al afirmar que la tierra gira alrededor del sol. La Iglesia católica, utilizando el poder de la Inquisición, convertirá al heliocentrismo en el enemigo más inmediato. Una comisión de teólogos consultores de la Inquisición, en el año 1616, censuró la teoría heliocéntrica reafirmando la inmovilidad de la Tierra: el científico no sólo proponía una nueva forma de entender el universo sino que contradecía la idea del hombre y de Dios que la Iglesia había defendido por más de mil años. Copérnico era un hombre sencillo y, como todos en aquel entonces, profundamente cristiano. No era su intención polemizar, pero tampoco podía dejar de lado lo que sus observaciones y mediciones le indicaban. Fue duramente criticado, pero no recibió los duros castigos de la Inquisición que tuvieron que sufrir otros grandes científicos como Giordano Bruno y Galileo Galilei. Si bien no fue quemado en la hoguera, este episodio demuestra una vez más, que la iglesia siempre se opuso (y se sigue oponiendo hoy) al avance de la ciencia y la razón. A partir de ese siglo se han venido asestando fuertes golpes a las concepciones religiosas, a medida que la autoridad de la ciencia crecía. Casi medio milenio más tarde, el Papa Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia católica, alabó la obra de Copérnico (no le quedaba más remedio, en el siglo XX no la podía negar).
Johannes Kepler (1571-1630), astrónomo, matemático y físico alemán, afirmaría que la órbita de los planetas alrededor del sol era elíptica y de ahí surgieron sus famosas leyes. A partir de aquí la teoría heliocéntrica comenzó a expandirse. En 1621 publicó “Epitome astronomiae copernicanae”, obra que ayudó a difundir el heliocentrismo copernicano durante la primera mitad del siglo XVII. Sus trabajos sobre las órbitas interplanetarias y las velocidades variables a las que se desplazan los planetas, le valió la persecución de la Iglesia que lo mantenía amenazado.
La cuestión del heliocentrismo copernicano, defendido por Galileo Galilei, se transformó en un combate entre la legitimación del nuevo paradigma científico y las resistencias de los adeptos de la filosofía aristotélica y la teología escolástica. Aunque ciertos teólogos, como el carmelita Foscarini en 1615, estaban dispuestos a admitir la realidad del movimiento de la Tierra y a construir una nueva ortodoxia, otros intentaban movilizar a la institución inquisitorial en nombre de la ortodoxia escolática. Es el caso del dominico Caccini, que denuncia a Galileo al Santo Oficio acusándolo de propagar una doctrina herética. El Papa Paulo V en 1616 declara al heliocentrismo completamente contrario a las Sagradas Escrituras. En junio de 1633 Urbano VIII condena a Galileo a abjurar del heliocentrismo y ordena que se haga conocer su condena al mundo científico. En 1638 el Santo Oficio abre una investigación. No se encuentra ninguna huella de esa investigación en los archivos romanos, lo que sugiere que no se le dio continuidad posiblemente debido a la muerte de Galileo, ocurrida en esos días. Temeroso de ser torturado, Galileo, entonces de 70 años, había abjurado de su postura negándola ante un tribunal romano.
Los Papas asesinos
Lucio III, Urbano III, Gregorio VIII, Clemente III, Celestino III, Inocencio III, Onorio III, Gregorio IX, Celestino IV, Inocencio IV, Alejandro IV, Urbano IV, Clemente IV, Gregorio X, Inocencio V, Adriano V, Juan XXI, Nicolás III, Martino IV, Onorio IV, Nicolás IV, Celestino V, Bonifacio VIII, Benedicto XI, Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V, Gregorio XI, Urbano VI, Bonifacio IX, Inocencio VII, Gregorio XII, Martino V, Eugenio IV, Nicolás V, Calixto III, Pío II, Pablo II, Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, Pío III, Julio II, León X, Adriano VI, Clemente VII, Pablo III, Julio III, Marcelo II, Pablo IV, Pío IV, Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Urbano VII, Gregorio XIV, Inocencio IX, Clemente VIII, León XI, Pablo V, Gregorio XV, Urbano VIII, Inocencio X, Alejandro VII, Clemente IX, Clemente X, Inocencio XI, Alejandro VIII, Inocencio XII, Clemente XI, Inocencio XIII, Benedicto XIII, Clemente XII, Benedicto XIV, Clemente XIII, Clemente XIV, Pío VI, Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX y León XIII.
Estos son los "prohombres" que pontificaron durante ese período negro, que instituyeron, desarrollaron, utilizaron, apoyaron o, simplemente, permitieron esta Institución. ¡Cuántos torturadores y asesinos! Y muchos han sido santificados y están hoy en la Cripta de San Pedro en Vaticano. El beatificado Urbano II consideró que no es asesinato matar a alguien "en un exceso de celo en defensa de la madre Iglesia". En 1199 Inocencio III, considerado uno de los grandes Papas, promulga horrendos decretos en contra de los herejes. Inocencio IV oficializa la tortura en 1251. Sebastián Franck (1499-1543), escritor librepensador y humanista alemán, primero sacerdote y luego predicador, confiaba en que muchos de los nombres más venerables del santoral eclesiástico, entre ellos muchos Papas y también Santo Tomás de Aquino, "se vean condenados al fuego eterno en el juicio final".
Les presento tres opiniones sobre la Inquisición católica:
- “La persecución contra los cristianos por los romanos durante los primeros tres siglos después de Cristo era un procedimiento moderado y humano comparado con la persecución contra la herejía en Europa de 1227 a 1492” (La historia de la civilización, Tomo IV, por Will Durant, página 784).
- “Los católicos romanos creen en el Purgatorio y que allí las almas sufren más dolor que en el Infierno. Mas sin embargo yo creo que la Inquisición es el único Purgatorio en la tierra y que los santos padres (sacerdotes, Papas) son los jueces y verdugos. La barbaridad de ese tribunal... sobrepasa todo entendimiento.” (La llave maestra del papado, Edición Tres, página 253, Antonio Gavin, sacerdote católico y testigo ocular de los procedimientos de la Inquisición española.)
- “Mejor ser ateo que creer en el Dios de la Inquisición” (Católico anónimo).
Pero no solo los católicos...
Durante siglos, las guerras religiosas y la Inquisición asfixiaron a Europa con intolerancia y brutalidad. También los protestantes perseguían a quienes consideraban herejes. Un tribunal calvinista, a instigación del propio Calvino, quemó en la hoguera al médico, teólogo y filósofo español Miguel Servet en 1553 en Ginebra. Servet había descubierto la circulación de la sangre entre el corazón y los pulmones y, contradiciendo a católicos y protestantes, negaba la doctrina del pecado original y el dogma de la Santísima Trinidad y rechazaba el bautismo de niños. En 1536, antes que Inglaterra se separara de Roma y naciera la Iglesia anglicana, fue estrangulado y quemado en la hoguera en Bélgica ―con la complicidad del rey de Inglaterra Enrique VIII― el lingüista y sacerdote católico británico William Tyndale, acusado de herejía por traducir la Biblia al inglés, apartándose de la versión latina oficial, la Vulgata, impuesta por Roma. Las últimas palabras de Tyndale fueron: ¡Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra! Tan sólo tres años después, y como consecuencia del cisma anglicano, su traducción de la Biblia fue oficial en toda Inglaterra.
¿Y hoy?
El reinado de la Inquisición se extendió durante casi ocho siglos, hasta que en 1908 el Papa Pío X la transformó en la Sagrada Congregación del Santo Oficio y en 1965 Pablo VI la reorganizó, denominándola Congregación para la Doctrina de la Fe. En enero de 1998, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI), presidió la sesión en la que se abrieron los archivos de la Inquisición de los siglos XVI al XIX. Estos archivos, que cubren los años de 1542 a 1903 (en 4.500 volúmenes), trazan cuatro siglos de historia de la Iglesia, aunque una gran parte de ellos ha "desaparecido". Pero se mantuvieron cerrados los archivos del siglo XX. Claro, en éstos figura la actitud de la Iglesia durante los períodos del fascismo, del nazismo y del franquismo, en los cuales los obispos bendecían las armas con que se asesinaban a sus hermanos. Pío XII, quien no abrió la boca durante la exterminación de los judíos por Hitler, canonizó a Pío X, una especie de "inquisidor moderno", e inició una nueva campaña de censura con la encíclica Humanis generis, prohibiendo los sacerdotes obreros y destituyendo a los teólogos más importantes de la época (Teilhard de Chardin, Henri de Lubac, Yves Congar y Marie Dominique Chenu).
También en 1998 el Vaticano convocó a un Simposio para estudiar lo que significó la Inquisición. A su término, el Cardenal Roger Etchegaray reafirmó que la Inquisición romana "operaba bajo el control directo de la Santa Sede". Y el teólogo del Papa en ese momento, el dominico Georges Cottier, declaró: Al comienzo la Inquisición aplicó los procedimientos previstos con un rigor excesivo que, en ciertos casos, degeneraron en auténticos abusos. La Iglesia debe reflexionar sobre el respaldo dado durante siglos a métodos de intolerancia y violencia al servicio de la verdad. Natale Benazzi, autor de "El libro negro sobre la Inquisición", comentó que "cuando la Iglesia, en un tribunal, acusaba a una persona de delito de conciencia, éste no tenía defensa. Así nació una época de terror". Ahora, con casi ocho siglos de atraso, la Iglesia reúne un simposio para "pedir perdón por los abusos cometidos". El 22 de junio de 2015 el Papa Francisco pidió perdón al visitar una Iglesia valdense en Turín: "Por parte de la Iglesia católica, os pido perdón por las actitudes y comportamientos no cristianos, incluso inhumanos, que en nuestra historia hemos tenido contra vosotros. En nombre de Cristo Jesús, perdonadnos".
Esta temible y polémica Institución sigue existiendo como policía secreta de la Iglesia Católica, encargada de reprimir a los disidentes internos y externos. Solamente ha cambiado de nombre y de métodos. Ya no envían a la hoguera a quienes a su juicio son herejes, sino que los aniquilan psíquica y moralmente. Durante el papado de Wojtyla (1978-2005), la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por Ratzinger, silenció a más de 400 personas, teólogos y religiosos, por las herejías de no pensar igual que la doctrina marcada por el Vaticano de Juan Pablo II. En el Siglo XXI, su cotidiana actividad alcanza una dimensión global y moderna. Las denuncias que a diario recibe por correo electrónico en contra de obispos tercermundistas, teólogos de la liberación, religiosos y religiosas, sacerdotes y novicios de todo el mundo, quedan fielmente registradas en los ordenadores del Vaticano. Fue Ratzinger quien elaboró el documento que condenó la teología de la liberación y sus máximos exponentes, como Leonard Boff. Al teólogo Hans Küng se le prohibió seguir impartiendo sus clases de teología después de publicar, en 1979, un artículo contra Juan Pablo II.
En la Congregación actual, las formas siguen siendo similares a las medievales: procesos secretos, informantes que denuncian anónimamente, juicios a puerta cerrada donde acusadores y jueces son las mismas personas, sin posible apelación a ningún tribunal independiente y los autos son inconsultos para los inculpados, derecho concedido a cualquier criminal en una sociedad democrática. Entre los inculpados no solo están los teólogos y obispos luteranos, también se trata de reprimir a otros teólogos disidentes (se destituyen o mantienen alejados de importantes cargos), a obispos brasileños por defender la pobreza, a teólogos de la India o Sri Lanka, castigados férreamente por disentir de la teología neo-escolástica. A estos nuevos “herejes” se les prohíbe enseñar, se les condena a temporadas de silencio, se censuran sus libros. El Padre Teilhard de Chardin, teólogo heterodoxo, que intentó sintetizar ciencia y religión, fue silenciado, perseguido y finalmente desterrado de la Iglesia por sus ideas evolucionistas.
¿La Iglesia católica pidió perdón por todas esas atrocidades o en muchos casos las justifica? ¿Porqué siguen santificados y venerados los Papas asesinos? En 1990, después que Juan Pablo II propuso en 1979 una revisión del caso Galileo, Ratzinger expresó: En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo. Años después, en un programa de la TV alemana titulado “Kontraste”, poco antes de ser elegido Papa, cuando le llamaron Gran Inquisidor Ratzinger contestó: Ese título es una clasificación histórica, pero sí, de alguna manera le damos continuidad. Y según nuestra conciencia del derecho, intentamos hacer hoy aquello que se hizo con los ―en parte criticables― métodos de entonces. Y justificó así aquella etapa horrenda de la historia eclesiástica por el "avance que significó que antes de condenar a alguien se le escuchara": Sin embargo, debe decirse que la Inquisición constituyó un progreso: nadie podía ser juzgado sin ser inquirido. Es decir, primero tenían que hacerse investigaciones.
Al cumplirse 20 años de la apertura parcial de los archivos realizada en 1998, la Congregación para la Doctrina de la Fe anunció para mayo de 2018 la realización del congreso “La Inquisición Romana y sus archivos” (¿se realizó?, no conseguí información en la web).
La historia de la Iglesia católica revela un insoportable caudal de crueldades corporales y espirituales, historia terrible y trágica escrita con sangre de inocentes durante gran parte de su trayectoria. La sangre de quienes se negaban a obedecer a los oficiales autoritarios de la Santa Sede, la sangre de personas que desaprobaban los ritos de la Iglesia, que denunciaban los atropellos del clero, que criticaban la politización de la Iglesia romana, que simplemente eran denunciados por brujería. Ningún católico honesto puede negar esta historia, ninguno en sus cabales puede justificar los penosos sucesos que ella cuenta. Ni siquiera la suma total de obras caritativas realizadas por la Iglesia católica en la actualidad cancela sus atrocidades contra incontables seres humanos. Ni todos los hospitales, clínicas, programas de bienestar social, retiros para fortalecer el matrimonio y otros programas sociales de la Iglesia en todo el mundo, nivelan la balanza. Es imposible rectificar tan enorme mal, justificarlo, obviarlo, perdonarlo.
Hemos echado una mirada sobre el pasado sangriento de una Iglesia que hoy nos predica amor al prójimo, tolerancia, defensa de la vida, no al aborto... Hipocresía pura. Y muchos teólogos tildan estas crueldades de "errores ocasionales". La jerarquía cristiana, casi sin excepciones, calla obstinadamente el pasado violador de los Derechos Humanos que registran los documentos de su propia religión. Cuando la historia juzgue a la Iglesia, no se fijará solamente en los últimos años. Considerará sus 2000 o más años de existencia.
Alberto Cirio
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Alberto Cirio", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo "Alberto" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.
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"Los seres humanos nunca hacen el mal de manera tan completa y feliz como cuando lo hacen por una convicción religiosa"
Blaise Pascal