Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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Ateos - Teos
Son llamados ateos todas aquellas personas que no creen en un solo Dios (monoteísta), en los dioses (politeísta) y por consiguiente en los denominados dogmas que cada clero haya podido inventar o estén inventados para así poder perpetuarse ante el avance de las ciencias. Como sabemos, aunque no todos como así deberían, la etimología “tehos” del griego y cuyo significado es “Dios”, anexándole el prefijo “a” indica ausencia o negación, por lo tanto, el término “ateo” es “sin Dios”. En el mundo moderno en que vivimos, en el que impera la razón, la lógica y el conocimiento científico (aunque no en todo su esplendor como debería ser), ya no nos es posible establecer diferencias esenciales entre ateos o creyentes.
Aquellos que creen en un Dios materializado (aunque nunca lo han visto), arrodillándose y orándoles delante de sus altares, en templos, procesiones, etc., son también verdaderos ateos. A pesar de esta realidad, ellos no se dan cuenta o no les interesan. Más adelante intentaremos explicar nuestros puntos de vista.
Todo comenzó con el hombre primitivo. Él, (ellos) sintiéndose indefenso delante del mundo hostil que le rodeaba y desconocía, a todo temían. Le asustaba los fenómenos de la Naturaleza, tales como las tempestades, rayos, el frío, calor y tantos otros los cuales juzgaba ser las manifestaciones dignas de un Ser Superior, muy poderoso y desconocido.
Entonces, dentro de su impotencia por no poder entender y controlar esa Naturaleza y no encontrando explicaciones razonables en la aún corta experiencia para esos acontecimientos se volvió el hombre hacia ellos. Hacia unos seres superiores que imaginaban y comandaban el mundo. Con eso suponía aplacar la ira de los dioses y ganar sus confianzas y con el tiempo las bendiciones para el día a día y los venideros.
Estaba ahí y así lanzada la semilla de las futuras religiones que con el correr, primeramente de los milenios y posteriores siglos, irían ganando nuevas formas y al mismo tiempo modificaciones, de acuerdo con los propios propósitos de los hombres sus necesidades y aspiraciones.
Es obvio preguntar: ¿delante de quien o de quienes se arrodillan los hombres? ¿Delante de Dios? Indudablemente ¡NO! Por increíble que parezca, los hombres se han arrodillados, hasta el día de hoy, delante de altares rústicos o cargados de oros (como los famosos retablos del catolicismo), levantados por el temor de aquellos pretéritos hombres primitivos “castigados” por las fuerzas adversas de la Naturaleza e impotentes para comprenderla y controlarla.
No, no es lógico ni de razón que el hombre que evolucionó consiguiendo maravillas, obteniendo los medios necesarios para definirse a sí y a un tiempo frenar la furia de la Naturaleza cada vez que le es posible, paradójicamente continúe practicando los cultos de desagravios creados por aquellos ignorante y amedrentados hombres, nuestros parientes del pasado.
Insistimos en lo que se ha dicho más arriba, que los religiosos de cualquier especie de religión que representen son ateos, por lo que de acuerdo con la propia etimología de la palabra ateo, continúan sin ese Dios que tanto insisten en hacerlo realidad. Esto es verdad, porque no le es posible a nadie tener algo inexistente, como ocurre con ese Ser Todopoderoso, Dios, dioses, o como lo prefieran llamar. A la medida en que el hombre fue evolucionando, promovió su organización social, inclusive el lastre religioso.
A pesar de todo el hombre ha permanecido arrepintiéndose delante de ese supuesto Dios y de sus “bienaventurados” sacerdotes. Poco a poco aquellas religiones (y actuales) se fueron adaptándose en óptimos y cómodos medios de vida para esa minoría privilegiada compuestas por las castas sacerdotales, verdaderos comerciantes con lo cual los pueblos han sido expoliados a través de los tiempos.
Durante centurias han ido surgiendo dioses y religiones idealizadas por los más listos, con el fin de satisfacer todos los gustos y tendencias hasta llegar a las inmensas riquezas y lujurias. En el siglo IX, los estudiosos del asunto ya habían catalogado unos 60 mil dioses de las más variopintas formas, desde la forma misma de animal, semi-animal, hasta llegar a los aspectos integrantes del cuerpo humano. Crearon dioses como Baco, el dios del vino, homenajeado con tremendas bacanales y borracheras. Venus, la diosa del amor. Para regir cada acto de la vida, fueron creando dioses especiales, inclusive para cada fenómeno de la propia Naturaleza.
A pesar del fervor y mismo que ellos fueron creados a través de los siglos, jamás de los jamases se ha conseguido probar que la fe a ellos atribuidas haya mejorado la suerte de los hombres de todo el mundo…, o sea, la imbecilidad esa de mover montañas… Por eso hemos llevados a con-firmar rotundamente que todos aquellos creyentes que han estado (están) adorando a algún dios, han perdido su precioso tiempo y dinero. Por supuesto, nunca los diferentes cleros.
El hombre, infelizmente no en toda la extensión de la palabra, con el poder de su inteligencia e imaginación fue poco a poco adquiriendo y sistematizando sus conocimientos volviéndolos cultura y ciencia. Gradualmente ha ido levantando la venda (fe) de las mentiras que les cubrieron el cerebro, cúspide de la razón humana. Las explicaciones de los hechos descubiertos y fundamentales en las ciencias los libertaron de sus seculares temores e ignorancias.
Este conocimiento científico hizo que se desembarazase de las tinieblas de las seculares ignorancias, llevándolos a comprender que los millares de dioses de los cuales hemos tenido conocimientos son productos de mentes fértiles y pretenciosas como es la de los cleros y otros interesados en lucrarse de los aborregados fieles. La total ausencia de una intervención directa del supuesto Dios en los destinos de los hombres y el mundo es la prueba contundente, cumbre de que los cleros han conducido y conducen a los hombres por caminos absurdos de las imbecilidades. Ellos, valiéndose de la buena fe de los incautos pueblos en todos los tiempos han desenvuelto sus actividades partidarias y robándoles en todo lo posible y hasta en lo imposible sus economías humanas. De esta manera han podido disfrutar de la buena vida, lujos y palacios, prácticamente sin trabajar (sin el sudor de la frente…). Así pues, con los poderes y dineros puestos en sus ágiles manos los perpetuos ignorantes pueblos creyeron comprar su entrada en los reinos celestiales para después de la muerte…, con el agravante que aún continúan.
Los sacerdotes, de cualesquiera sectas, son siempre categóricos en sus afirmaciones delante de los creyentes, pero se muestran reticentes y cautelosos en las fases de los conocimientos científicos de los hombres al haber éstos adquiridos perfeccionamientos. El clero les hablará de todo, pero evitará abordar lo referente a ese u otros dioses, religión, teología, etc. Habiéndose ya ultrapasado las épocas del miedo y terror, la raza humana no se ha libertado totalmente de los sentimientos religiosos, por lo que existen aquellos que se valen del nombre de Dios y de las religiones para vivir ociosamente, disfrutando de la buena posición y respeto, sin que por eso den a los hombres cuales-quiera contribuciones que les aprovechen para sus felicidades y bien estar. Apenas las promesas de “una vida futura”, eso sí, después de la muerte, por lo que conviene insistir. Pero aún hay algo más, ésta le será garantizada con la condición de soportar, pacientemente, muchos sufrimientos en su pasaje por la tierra, sin olvidar el sustentar los lujos del clero. Es obvio, son promesas vanas y engañosas. Pero ¿por qué los creyentes no se preguntan cosas sencillas como estas?: ¿Será que los cleros de cualquier religión les darían a los hombres los “Reinos de los Cielos” si de ellos dependieran? Todo nos lleva a creer en un rotundo ¡NO!
No creemos que las religiones puedan desaparecer tan fácilmente de la faz de la Tierra, a pesar de los perfeccionamientos siempre en expansión de los conocimientos científicos. Las religiones no mueren, ellas se reciclan y adaptan. Desde los comienzos de la Humanidad y el aparecer siempre unos nuevos dioses y modalidades de cultos justifican tal afirmación. Dentro de tantas modificaciones es que se ha llegado a la era del supuesto Jesucristo y su repercusión en el cristianismo, religión esta abrazada por gran parte de la población del mundo actual, dentro de sus múltiples ramificaciones que no por tener el mismo “fundador” han vivido en paz.
¿Y cuales fueron los fundamentos sobre el que fue creada la religión cristiana? Nada tiene de positivo, palpable o verdadero. Es apenas una leyenda el nacimiento del sujeto Jesús, como toda la vida y los actos que a él le imputan. Aquellos que crearon el cristianismo ni siquiera primaron por la originalidad, pues la leyenda que envuelve la personalidad de ese personaje es apenas copias de otras tantas que relatan el nacimiento y todo cuanto se refiere a los dioses creados por los antiguos, tales como Ísis, Osiris, Hórus, Apolo, Mitra y un largo etc.
El hombre en el avance de nuestro y aún poco estrenado siglo XXI forzosamente tiene que ser práctico. Por lo que no podrá fundamentar los actos de su vida en leyendas y mitos. Las leyendas poseen, evidentemente un gran valor, son parte del folklore de los pueblos influyendo en la formación de sus caracteres y culturas. Entretanto, sus valores de ilustración e instrucción no deben ultrapasar los límites lógicos y aceptables.
En todos los tiempos, la meta principal de las iglesias que representan el catolicismo y protestantismo (por ser estas con las que tenemos que convivir y las más conocidas a fondo), ha sido y continúan haciendo del hombre el más desgraciado posible, de ahí la idea del pecado y la culpabilidad, para así crear una raza de esclavos y de castrados de pensamientos. Así, paralizadas sus libertades de pensamientos se vuelven presas fáciles y manejables en las manos de los supremos representantes de esas iglesias. El temor de los castigos eternos, promovidos para los que se sublevan contra las enseñanzas, absurdos y abusos de las muy santas iglesias, por lo que impide al hombre creyente de dudar de aquello que ellas mismas le inculcan como eternas verdades.
Solo el hombre que consigue vencer las barreras del temor y de la ignorancia goza verdaderamente de una libertad plena y que le podrá hacer feliz dentro del sistema a que de una manera u otra también está sometido por las religiones…
A pesar de haber una acentuada libertad en nuestros días, aún es pequeño el número de los que se sacuden el yugo opresor librándose así de la tutela hostil e interesada de la iglesia católica, de sus absurdos dogmas y vanas promesas. Infelizmente tampoco es un número importante los de aquellos que tienen el coraje de proclamar en voz alta sus pensamientos, librándose de cualesquiera preconceptos religiosos que juzgan a los hombres. Como se dice vulgarmente hoy, salir del armario, y no nos estamos refiriendo a ese que a pesar de que se parece a denominado “confesionario”. Es obvio, es ahí y en muchos momentos de la vida de los creyentes donde radica el súper poder de la religión católica, esa misma que nos ha costado sufrir en nuestras propias carnes, directa o indirectamente en aquellos no tan lejanos tiempos.
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Zerimar Ilosit", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo.
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Ver:
Carta Abierta a los Creyentes
(Colaboración)
Ver:
Buenas Razones para No Creer
(Colaboración)
Ver:
Los "Milagros" de Jesús
(Colaboración)
El Misterio de la Trinidad
(Colaboración)
Ver:
Ateísmo… ¿Eso qué es?
(Colaboración)
Ver:
Quien es Dios?
Ver:
¿Existió Jesús?
¡Claro, existieron muchos!
Ver:
Top 10 “Metidas de Pata” de la Biblia.
Ver:
Top 10 Características Indeseables de Dios.
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"Yo no creo en nada. Para mí la fe es algo tan odioso como lo es pecado para los creyentes. El que sabe, no puede creer. El que cree, no puede saber. El término "fe ciega" es una redundancia, pues la fe es siempre ciega"
Ernest Bornemann