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La Sumisión a Dios (Colaboración)

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Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)

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La sumisión a Dios


Si repasamos la historia de las religiones podemos observar un hecho común en todos los creyentes que llama la atención. Me refiero al hecho de que el humano que cree en espíritus o en dioses se siente inferior a todos ellos, traduciendo dicha inferioridad en una sumisión autoimpuesta. ¿Pero, por qué la creencia en seres superiores tiene que implicar necesariamente una postura que rebaja la dignidad humana? La razón la hallamos en el miedo y en la ignorancia inherente en el hombre antiguo y, también en parte, posiblemente, en el instinto de conservación.

Desde tiempos ancestrales, la aparición de líderes -como reguladores de la disciplina en la tribu- iba acompañada de esa misma sumisión. No obstante, el acatamiento a la autoridad venía dada por la necesidad de la sociedad de organizarse alrededor de un director de la misma en evitación de un caos. Poco a poco, los líderes tuvieron que hacerse con un brazo ejecutor: los ejércitos, la policía o los guardaespaldas, quienes llevaban a cabo la voluntad de la autoridad de turno ejecutando ciegamente los castigos a los que era sometido el pueblo en caso de desobediencia. Con el paso del tiempo, la necesidad de obedecer –por parte del brazo ejecutor- sobrepasó los límites de lo racional pasando a ser una máquina ciega e inexorable que satisfacía los caprichos de las autoridades independientemente de la pertinencia de las órdenes, con lo que el pueblo pasó a ser sometido por la fuerza y no tanto por una necesidad de disciplina.

En el proceso de antropomorfización, el hombre primitivo atribuyó a los dioses las mismas características de los hombres poderosos convertidos en sus líderes, de tal manera que si en las relaciones de poder entre humanos el inferior se sometía al más poderoso por miedo a las represalias, así, también, lo entendía en su relación con los poderes del cielo. El hombre se sometía por miedo –no fuera cosa que les partiera un rayo- y la sumisión se convirtió en un mecanismo psicológico que aplacaba las iras de los poderes celestes. Dicho mecanismo –interiorizado durante milenios- quedaría arraigado en lo más profundo del hombre antiguo pasando a ser –en palabras de Richard Dawkins- un verdadero “meme”.



Esa sumisión, si bien en un principio obedecía al miedo a las consecuencias que podía acarrear la desobediencia, se transformó en un abandono de la propia dignidad del súbdito, quien –independientemente de la necesidad de obedecer- veía en el líder a un ser superior ontológicamente hablando. El césar, el emperador, el rey eran “seres especiales”, de categoría superior, que merecían alabanzas y honores; pero, si se preguntaba por qué, dichas autoridades, eran merecedores de tales tributos honoríficos, no se podía responder más que con la consiguiente petición de principio: “porque son superiores”. De ese modo, el hombre antiguo hizo valer su condición de paria asumiéndola como connatural; mientras que revestía a la autoridad de un halo místico e inefable a quien había que obedecer por el simple hecho de ser superior. Hoy, resumiríamos dicha actitud en un lacónico “sí, bwana”.

Entretanto, siempre había algún díscolo que no aceptaba el “rendez vous” como moneda de uso común, pero desde el poder absoluto no le ofrecían otra alternativa hasta que, en los tiempos modernos, cuando el hombre empezó a recuperar la dignidad perdida por sus antepasados, la sociedad puso en su sitio a reyes, emperadores y –¡cómo no!- a los dioses. Las autoridades fueron sometidas a la voluntad del pueblo perdiendo los abusivos privilegios obtenidos antaño por la fuerza. Pero, a pesar de todo, hay una gran parte de la masa que ha sido incapaz de entender que no hay ninguna justificación para la sumisión a los dioses, ni menos para humillarse ante ellos entregándoles su dignidad. El ser humano es poseedor de las suficientes características que le hacen merecedor de la condición de individuo autónomo e independiente como requisito indispensable para la plena realización física y emocional en el marco de las relaciones sociales y a lo largo del aprendizaje que le es necesario para conseguir su plena madurez. Dicha plenitud no puede darse en una sociedad en la que los principios de libertad y autonomía –encabezadas por la libertad de conciencia- son conculcados por los poderes caprichosos tanto de autoridades humanas como divinas. Entender el verdadero significado de esa autonomía es la clave para hacer valer una dignidad ineluctable que la blinda contra los poderes quiméricos surgidos de la imaginación humana.

Ningún sometimiento queda justificado salvo por la necesidad de organización y disciplina que la propia sociedad demanda ante su frágil estructura social y psicológica como ente imperfecto que es. La autoridad que representa a la sociedad moderna es tan sólo un miembro más de ella, a quien se le ha recortado el poder en virtud de los atropellos cometidos por las autoridades antecesoras. Ni la cantidad de poder físico ni ninguna característica intelectual o psicológica permiten a ningún ser someter a otros presuntamente inferiores, ya que tal inferioridad vendría dada –no por una ontología real- sino por una consideración subjetiva por parte de quien ostenta dicho poder convirtiéndola en objetiva sólo a través de la fuerza bruta como único criterio de selección a la hora de definir quién es “inferior” o “superior”. Efectivamente, el abuso de poder ha sido -y todavía sigue siendo- el único motivo en el que se basa la superioridad. Si los dioses no tuvieran poderes divinos, y si las autoridades humanas no hubieran dispuesto de un brazo ejecutor que amenazaba a los súbditos de forma permanente como espada de Damocles, ni los dioses ni los emperadores habrían sido puestos sobre un pedestal. No existe, pues, ninguna realidad ontológica que permita considerar a alguien superior tal que justifique la entrega de la dignidad humana por parte del hombre por muy inferior que éste sea. La superioridad, respecto de la inferioridad, es un sistema de medición o comparación de ciertas características -tanto físicas como psicológicas- que nos sirven en un determinado momento para discernir la cantidad de las mismas sin entrar en valoraciones indignas.

La dignidad humana está por encima de cualquier dios.


Bernat Ribot Mulet 2011



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(*) Nota Final:

El autor de esta publicación es "Bernat", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo.

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