Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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Fragmentos del libro
“La Biblia entre el Cielo y la Tierra”
Parte 2
Parte 2
de Carlos Segures
La secta judía de los saduceos negaba la resurrección, un grupo de ellos se presentó ante Jesús para ponerlo a prueba acerca de la validez de ésta. Jesús debía responder con cual de los maridos que tuvo una mujer, que había enviudado de todos ellos, se iba a desposar cuando resucitaran los muertos, primeramente El les dijo: “Ustedes están en un grave error”, concerniendo a esa idea de resurrección que ellos tenían, y continúo indicando: “¿no habéis leído lo que Dios ha dicho: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos (Mt, 22:31 y 32)”. Jesús evoca las palabras de Dios a Moisés durante su aparición en medio de una zarza, haciendo alusión a una reunificación entre El y los patriarcas. El concepto de resurrección que allí se emite tiene una significación espiritual, y sugiere la existencia inicial de una vida incorpórea junto a Dios, una posterior separación y finalmente de un reencuentro. Ese devenir estaría representado en la parábola conocida como “del hijo prodigo”, en donde la frase: “estaba muerto y ha vuelto a la vida”, resulta clave para esta exégesis. La vuelta del hijo donde el padre es un volver a la vida, esto es, volver a Dios, que es la Vida. Esta sinonimia entre los vocablos Vida y Dios o Reino de Dios, se puede observar en Marcos, al referirse Jesús a la necesidad de evitar incurrir en pecados para granjear la Vida (Mc, 9:43, 45 y 47). Este renacimiento espiritual es denotado en el evangelio en el punto que se registra: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Jn, 3:3, 5 y 6)”. Esa muerte que sobrellevamos, y que ha sido el fruto de la separación de Dios, es formulada en la epístola a los Romanos: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Ro, 7:24)”. Quienes se entregan a los devaneos de la mundanería caen en una condición prosaica que los mantiene apartados de la Vida: “Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales en otro tiempo habéis vivido, según el modo secular de este mundo (Ef, 2:1 y 2)”...
En el evangelio de Juan se encuentra la extendida frase “la verdad os librará (Jn, 8:32)”. En este caso en particular a la palabra verdad se la entiende generalmente como aquello que tiene cualidad de veraz. Pero esa visión se desvirtúa al leer en forma completa la oración en donde ella está: “Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os librará (Jn, 8:31 y 32)”. Jesús identifica ese término consigo mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn, 14:6)”. Y así es como queda inequívocamente claro la esencia de la verdad de la que se habla al señalar: “Si, pues, el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres (Jn, 8:36)”…
A pesar de que Jesús se rehusaba a ir a Judea sus hermanos le instaron a dirigirse a allá: “para que tus discípulos vean las obras que haces; nadie hace cosas en secreto si pretende manifestarse. Puesto que eso haces, muéstrate al mundo (Jn, 7:3 y 4)”; no obstante, esa valoración que se hace de su autoridad, culmina esa oración con esta acotación: “Pues ni sus hermanos creían en El (Jn, 7:5)”...
En el evangelio de Juan se indica que “el que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios (Jn, 3:36)". En la primera epístola de Juan existe una sentencia análoga, aunque en ésta se manifiesta que la vida se obtiene en la consustancialidad con el Hijo: “Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene la vida (1 Jn, 5:11 al 13)”. Ahora bien, referente a la significación de la frase “el que cree”, Jesús hace notar: “estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán (Mc, 16:17 y 18)”…
Admitiendo Pilato su imposibilidad de torcer la voluntad de la concurrencia, y que el destino luctuoso de Jesús era inevitable, “tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis”. La concurrencia, asumiendo la responsabilidad de su muerte, respondió: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mt, 27:24 y 25)”...
Respecto de esa dicción simbólica que Poncio Pilato utilizó para evidenciar su inocencia, conviene hacer saber que la misma fue proferida con antelación en la Biblia en dos oportunidades, precisamente en los Salmos, de David en primer lugar: “Por eso lavo mis manos en señal de inocencia (Sal, 26:6)”, y de Asaf en segundo orden: “Entonces, ¿en vano mantuve puro mi corazón y lavé mis manos en señal de inocencia? (Sal, 73:13)”. Probablemente esta frase tenga su origen en una ley mosaica que establecía que en el caso de encontrarse, alejado de una población, el cuerpo de una persona muerta, fruto de un homicidio, y de no descubrirse al culpable, los ancianos de la ciudad más cercana tomarían una ternera, la transportarían hasta un arroyo de agua perenne, y tras degollarla y verter la sangre en el arroyo, se lavarían las manos en esas aguas y pronunciarían estas palabras: “No han derramado nuestras manos esta sangre ni lo han visto nuestros ojos (Dt, 21:7)”. Es evidente que la expresión “lavarse las manos”, concebida como un desentenderse de algo, es producto de una caprichosa extracción que se hace de ella del contexto en donde se encuentra...
Testifican los evangelistas que Jesús estuvo sepultado desde un día viernes por la tarde hasta la madrugada del día domingo siguiente, tal como el propio Jesús, en reiteradas oportunidades, lo anunció diciendo que resucitaría “al tercer día”. Vale recordar que al comienzo de su ministerio, conforme a Mateo, Jesús adelantó que permanecería “el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra (Mt, 12:40)”, aludiendo a la señal del profeta Jonás que yació tres días y tres noches en el vientre de un pez…
En el libro de los Hechos se recogen palabras de David para aplicarlas como una profecía vinculada a Jesús: “Señor,… que por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: “¿Por qué braman las gentes y los pueblos meditan cosas vanas? Los reyes de la tierra han conspirado y los príncipes se han confederado contra el Señor y contra su Ungido (Hch, 4:25 y 26)”. Es así que se asocian circunstancias y supuestas voluntades intentando ver en ellas cumplida esa profecía: “Porque en verdad juntáronse en esta ciudad contra tu Siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu consejo habían decretado de antemano que sucediese (Hch, 4:27 y 28)”. Los que intentaban ejecutar a Jesús eran “los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas (Lc, 22:66)”, que acudieron ante Poncio Pilato para que él consumara ese propósito, pero luego de interrogar éste a Jesús señalo: “ningún delito hallo en este hombre (Lc, 23:4)”, frente a la insistencia de aquellos le remitió a Herodes, quien después de indagarlo lo devolvió a Pilato, el cual finalmente a aquellos acusadores les dice: “no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes, porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre (Lc, 23:14 y 15)”. Concerniente a “los gentiles”, no hay ninguna mención en especial de ellos en los evangelios. Y por último, sobre “el pueblo de Israel”, conviene recordar que Jesús era seguido por multitudes en aquellos territorios que recorría, y que “los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la muchedumbre que pidieran a Barrabás e hicieran perecer a Jesús (Mt, 27:20)”...
Una de las ideas más relevantes de Pablo tiene que ver con el alcance de la fe: “en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Ro, 1:17)”. Con la intención de alegar acerca de la justificación del hombre solo por la fe, Pablo recurre a una cita del profeta Habacuc. Aunque al hacerlo incurre en un desatino, ya que allí se destaca el de ser justo como condición previa que debe reunir el hombre para vivir. Precisamente quien no es justo perece, tal cual reza la primera parte de la oración de la que se extrae aquel párrafo: “sucumbe el que no tiene alma recta, mas el justo por su... (Hab, 2:4)”. Algunas versiones de la Biblia traducen el remate de la oración de Habacuc como sostiene Pablo, mientras que otras, en vez de “por la fe” registran “por su fidelidad”. Coincide con esta última especificación lo que Dios formula a través del profeta Ezequiel: “El que… camine en mis mandatos y guarde mis leyes, obrando rectamente, ése es justo, vivirá, dice Yavé… si el justo se apartare de su justicia… ¿va a vivir?... por sus rebeliones con que se rebeló, por sus pecados que cometió, por ellos morirá (Ez, 18:9 y 24)”. En el libro de los Proverbios se denota una prescindencia de la fe para alcanzar la vida: “La ganancia del justo es para la vida (Pr, 10:16)”[…] “El que va tras la justicia y la piedad hallará vida, justicia y honor (Pr, 21:21)”. Moisés tampoco incluye a la fe como factor que hace posible conseguir ese propósito: “Sigue estrictamente la justicia, para que vivas (Dt, 16:20)”.Concerniente al destino que le depara al justo, Dios muestra no tomar en cuenta a la fe, al manifestar que cuando aquel “se apartare… de su justicia… pusiere yo una trampa delante de él, él morirá (Ez, 3:20)” ...
A propósito de la herencia, insiste Pablo con posterioridad de esta manera: “Y digo yo: El testamento otorgado por Dios no puede ser anulado, de modo que la Promesa sea invalidada por una ley que vino cuatrocientos treinta años después. Pues si la herencia es por la Ley, ya no es por la promesa (Gl, 3:17 y 18)”. Como vimos anteriormente la herencia se recibe en virtud del cumplimiento de pautas establecidas por Dios. Paradójicamente, en su carta a los Colosenses, Pablo entra en conformidad con lo formulado en el Génesis: “sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas (Col, 3:24 y 25)”. Y esto acentúa igualmente Pablo en su epístola a los Efesios: “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,… Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios (Ef, 1:18 y 5:5)”...
En su carta a Tito, Pablo habla del don de la salvación de Dios animado por una misericordia incondicionada, y de cómo “justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna (Tit, 3:7)”. En otra carta, no obstante, expone que la concesión de la Vida eterna, por parte de Dios, deviene de una estimación en términos de merecimiento: “la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras; A los que con perseverancia en el bien obrar buscan la gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna (Ro, 2:5 al 7)”. En idéntico entendimiento adiciona despúes que el fruto de la libertad del pecado y del sometimiento a Dios es “la santificación, y como fin, la vida eterna (Ro, 6:22)”, mas seguidamente pierde la asonancia al sostener que la Vida eterna es conferida por Dios gratuitamente: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro, 6:23)”. Esa idea de gratuidad no se compadece con esta otra que exterioriza Jesús: “¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella! (Mt, 7:14)”…
Por su lado, Jesús en ocasión de ser interrogado en orden a la condición necesaria para conseguir la vida eterna respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt, 19:17)”, finaliza esta plática con una exclamación acerca del alcance del reino que lejos esta de concebirse como una dádiva graciosa: “¡cuán difícil es entrar en el reino de los cielos! (Mc, 10:24)”. Y en otra oportunidad aparece en el juicio de Pablo la virtud como el factor esencial que suscita la exaltación del hombre, acercándose así a esa prédica de Jesús: “la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Heb, 12:14)”…
Esta generalización la efectúa también en otro escrito: “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Co, 15:22)”. Aun cuando Jesús puntualizó acerca de la resurrección de los justos (Lc, 14:14), y además aseguró que: “los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación (Jn, 5:29)”…
De acuerdo a la visión de Pablo, “la Ley no llevó nada a la perfección, sino que fue sólo introducción a una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios (Heb, 7:19)”. Mas, por otra parte, enseña que “no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley (Ro, 2:13)”. Esta incoherencia de Pablo, en orden a la entidad de la ley, que en ocasiones aparece como un elemento pernicioso: “cuantos confían en las obras de la Ley se hallan bajo la maldición (Gl, 3:10)” […] “El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado la Ley (1 Co, 15:56)”, en otras, en cambio, de ella dice: “En suma que la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno (Ro, 7:12)”.[…] “porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior (Ro, 7:22)” […] la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado (1 Ti, 1:10)”…
Pablo, en su epístola a los Romanos, sostiene que: “cuando estábamos en la carne, las pasiones, vigorizadas por la Ley, obraban en nuestros miembros y daban frutos de muerte (Ro, 7:5). Agregando más adelante: “Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la codicia si la Ley no dijera: ‘No codiciarás’ (Ro, 7:7)”. Lo que difícilmente Pablo podía ignorar era la advertencia dada por Dios a Caín, mucho tiempo antes del advenimiento de la Ley, tocante a la manifestación del pecado como resultado del apartamiento del bien: “si no obras bien, estará el pecado a la puerta como fiera acurrucada acechándote furiosamente (Gn, 4:7)”…
Pese a ello, con posterioridad, asegura que al pretender hacer el bien se descubre el mal, producto de, según él, la interacción de leyes en su interior que fatalmente llevan a ese efecto (Ro, 7:21 al 23). Apunta en realidad a tendencias del ánimo, en este caso lo que en él se manifiesta no es más que su debilidad en dominar sus impulsos inferiores. Y para concluir con su paradoja, ulteriormente Pablo insta a vencer el mal haciendo el bien (Ro, 12:21). Alude Pablo también a una dualidad en las relaciones necesarias que actúan en la interioridad del hombre: “con la mente sirvo a la Ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado (Ro, 7:25)”. Concepto que se contrapone a aquella regla espiritual, enunciada por Jesús, en forma alegórica, a tenor de la cual no es posible “servir al mismo tiempo a dos patrones”…
Pablo reprueba a los “ladrones de esclavos (1 Ti, 1:10)”, la esclavitud, empero, no es para él motivo de reconvención. Así por ejemplo, en la misma carta alienta a los esclavos creyentes que, si sus dueños son tambien creyentes, “sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio (1 Ti, 6:2)”. Aunque, por separado, no hace distinción en cuanto a la vocación de los patrones: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo (Ef, 6:5)”. Aparte de eso, sugiere Pablo este despropósito: “¿Fuiste llamado en la servidumbre? No te dé cuidado, y aun, pudiendo hacerte libre, aprovéchate más bien de tu servidumbre (1 Co, 7:21)”. Pero a versículo por medio desconcierta con este contrasentido: “Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres (1 Co, 7:23)”...
En otra carta incita a los esclavos a no obrar injustamente, lo que para él representa el tener con sus dueños una obediencia no fingida, sencillez de corazón, y hacer el trabajo “de corazón”; de no actuar de ese modo el esclavo “recibirá el pago de su injusticia”. Y en cuanto a los patrones, les pide a estos “proveed a vuestros siervos de lo que es justo y equitativo (Col, 3:22 al 25, y 4:1)”. 5 Lo “justo y equitativo” obligaba que fuera liberar a los esclavos acatando la palabra de Dios: “Ustedes, sin embargo, se convirtieron hace poco e hicieron según mi deseo, proclamando la libertad de sus hermanos (Jer, 34:15)”…
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Carlos Segures", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo Carlos" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.
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