Nota Inicial:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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Fragmentos del libro
“La Biblia entre el Cielo y la Tierra”
de Carlos Segures
Jehová estableció como signo de su alianza con Abraham la práctica de la circuncisión: “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros (Gn, 17:10)”. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, sin embargo, se le adjudica a Moisés el origen de esa costumbre: “…circuncidáis conforme al rito de Moisés (Hch, 15:1)”. En el evangelio de Juan se hace una alusión al mismo, que resulta disonante: “Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres) (Jn, 7:22)”...
En el Génesis se relata que Abraham se trasladó al país de Négueb, allí reinaba Abimelec, decía Abraham de su mujer Sara que era su hermana, el rey envío por ella y la tomó (20:2). Dios se le aparece entonces al rey en un sueño indicándole: “He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido... Mas Abimelec (que) no se había llegado a ella le responde: ‘Señor, ¿matarás también al inocente?’... con sencillez de mi corazón y con limpieza de mis manos he hecho esto (20:3, 4 y 5)”. Dios reconociendo esta apelación destaca: “Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la tocases (20:6)”. Paradójicamente esta narración termina con Abraham rogándole a Dios para que curara a Abimelec, a su mujer y a sus concubinas con el fin de tuvieran hijos, pues Dios “había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec, a causa de Sara la mujer de Abraham (20:18)”...
Dios tienta a Abraham pidiéndole que ofrezca a su hijo Isaac en holocausto. Cuando Aquel le habla a Abraham de ese hijo suyo, expresa “tu hijo, tu único (Gn, 22:2)”; esto resulta llamativo, teniendo en cuenta la existencia de otro hijo, Ismael, el primogénito de Abraham... A Moisés se muestra Dios diciéndole: “Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí que mi ángel irá delante de ti (Ex, 32:34)”. Más adelante se lo ve a un Moisés desmemoriado y a un Dios mudadizo: “Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo... Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso (Ex, 33:12 y 14)” ...
Primero se indica que Dios departía con Moisés “cara a cara”. Empero, en otra oportunidad, surge Dios comunicándole a Moisés: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá (Ex, 33:20)”, esa incoherencia todavía se extrema al confrontar esto último con aquello que profiriera Jacob: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma (Gn, 32:30)” ... Dios ordena a Moisés: “Alísate dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas tablas (Ex, 34:1)”, no obstante, después se puntualiza que fue Moisés quien escribió sobre las tablas (Ex, 34:28)…
En ocasión del triunfo de Josué sobre Amalec, Dios se le aparece a Moisés formulando: “Escribe esto para memoria en un libro, y dí a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo (Ex, 17:13 y 14)”. ¿No suena contradictorio hablar de borrar de la memoria y escribir en un libro para que sirva de recuerdo?...
Dios instruye a su pueblo respecto a las sanciones de las que serían objeto en el caso de no ser por ellos escuchado, y de no cumplir además con todos sus mandamientos; tras exponer lo que les haría, concluye manifestando: “… aun con esto no me oyereis, sino que procediereis conmigo en oposición, yo procederé en contra de vosotros con ira, y os castigaré aún siete veces por vuestros pecados (Lv, 26:14 al 28)”. En diferentes libros que componen el Antiguo Testamento se expresa esa disposición de Dios para con los que se opondrían a su voluntad, en cambio, de acuerdo al evangelio de Lucas, Jesús acerca de Dios asegura que “es benigno para con los ingratos y malos (Lc, 6:35)”,…
Al ver que Samuel era viejo y que sus hijos no seguían sus pasos, el pueblo le pidió a éste que le diera un rey, tanto a él como a Dios les molestó que demandaran un rey (1 S, 8:6 y 7). A pesar de eso Dios accedió a ese requerimiento: “Yavé dijo entonces a Samuel: ‘Hazle caso a ese pueblo y dale un rey’ (1 S, 8:22)”. Consecuente con este mandato Samuel obró: “Los he atendido en todo lo que me han pedido y les he dado un rey (1 S, 12:1)”. Al tiempo, la población admitirá como un acto de maldad el haber pedido un rey: “…al pedir un rey hemos llegado al colmo de nuestros pecados (1 S, 12:19)”. Paradójicamente, en el segundo libro de Macabeos se asevera que Dios concedió, entre otras cosas, “el reino,… como lo había prometido por medio de la Ley (2 Mac, 2:17 y 18)” ...
A Saúl le fue recomendado David por intermedio de uno de sus criados, poniendo de relieve entre otras cosas, que Dios estaba con él. Bien que, Eliab, su hermano mayor, lo consideraba “un atrevido y un mal intencionado (1 S, 17:28)”… Cuando David huía en soledad del rey Saúl, llegó a Nob, donde residía el sacerdote Ajimélec, éste le preguntó por qué nadie lo acompañaba, David le mintió diciendo que el rey Saúl le encomendó una misión secreta, y que le escoltaban unos muchachos que había convocado en otro sitio. Seguidamente le pidió al sacerdote algo para comer, fue así que éste le dio pan consagrado, porque allí no había otro pan que el de la ofrenda. Este pasaje es citado por Jesús en los evangelios: “Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿Ni aun esto habéis leído, lo qué hizo David cuando tuvo hambre, Él, y los que con Él estaban; Cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió, y dió también á los que estaban con Él, los cuales no eran lícito comer, sino á solos los sacerdotes? (Lc, 6:3 y 4, Mc 2:26)”. Como se puede ver, esta alusión no guarda proporción con lo que originalmente se relata. Corresponde aclarar que en aquella circunstancia el sacerdote Ajimélec condicionó la entrega de esos panes a que “los criados se han guardado mayormente de mujeres (1 S, 21:4)”. Aquí el sacerdote yerra en cuanto a la ley ya que en este particular ella apunta solamente a los descendientes de Aaron (así como lo describe Jesús);…
En los libros 2 de Samuel y 1 de Crónicas, se exponen los acontecimientos vinculados con un censo de población que realizó David. El primero de ambos comienza diciendo que Dios, indignado con los israelitas, “impulsó a David a causar su desgracia: ‘Anda, le dijo, y haz el censo de Israel y Judá’ (2 S, 24:1)”. Resulta disonante que, luego de consumar esa orden, pudiera sentir remordimiento por haberlo hecho: “Pero en seguida el corazón de David se puso a palpitar; ¡había censado al pueblo! Le dijo a Yavé: ‘Cometí un grandísimo pecado. Perdona, Yavé, ahora, el pecado de tu servidor: actué como un tonto’ (2S, 24:10)”. Sugestivamente, en el libro 1 de las Crónicas, se menciona que fue Satanás el que “se levantó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel (1 Cr, 21:1)”. Una vez concluida esa labor “Dios vio esto con malos ojos y castigó a Israel (1 Cr, 21:7)”. Continúa la crónica con el arrepentimiento y súplica de David a Dios, quien, desoyendo su voz, encomienda al profeta Gad a intimarlo a elegir entre tres castigos: soportar tres años de hambre en su país, huir tres meses ante la persecución del enemigo, o que haya tres días de peste en su territorio (1 Cr, 21:9 al 12). David prefiere caer en manos de Dios “porque es muy grande su misericordia (2 S, 24:14)”, debe haber sido por ello que solamente murieron setenta mil hombres del pueblo por la peste que en ellos Aquel hiciera recaer. En tanto eso transcurría, David objeta a Dios su sentido de justicia, al entender que correspondía que fuera castigado únicamente él: “¡Soy yo el que he pecado! ¡Soy yo el culpable! Pero estos, las ovejas, ¿qué han hecho? (2 S, 24:17)”…
David cumple con aquel encargo, ordenando a su hijo Salomón edificar una Casa para Dios, luego de ello, le revela que él se había propuesto hacerlo, aun cuando Dios se mostró contrario a ello, argumentando: “Tú has derramado mucha sangre y has hecho grandes guerras; tú no edificarás una Casa para mi Nombre, porque has derramado mucha sangre sobre la tierra delante de mí (1 Cr, 22:8)”. Eso resulta contradictorio si se lo compara con esto que alguna vez le hiciera saber: “Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti (2 S, 7:9)”…
Dios entonces le comunica a David, que Salomón, su hijo: “edificará una Casa para mi Nombre; él será para mí un hijo y yo seré para él un padre, y afianzaré su trono real sobre Israel para siempre (1 Cr, 22:10)”. Lejos de eso, después de Salomón, el reino de Israel se dividió en dos, ambos reinados terminarían con la conquista de los asirios y de los caldeos entre los siglos 8 y 6 a. E. C., y no volvería Israel a tener una monarquía...
Al augurar Dios a David el futuro de su hijo Salomón esto resaltaba: “Te nacerá un hijo, que será hombre de paz; yo lo haré vivir en paz con todos los enemigos de su alrededor, porque su nombre será Salomón, y mientras él viva, concederé paz y tranquilidad a Israel (1 Cr, 22:9)”. En otro escrito, no obstante, se expone que “Salomón dominaba sobre todos los reinos… estuvieron sometidos a Salomón durante toda su vida… y gozó de paz en todas sus fronteras (1 R, 5:1 y 4)”. Empero Dios se impugna a sí mismo al hacer que su presagio no se materializara: “el Señor le suscitó a Salomón un adversario: Hadad, el edomita, de la estirpe real de Edóm (1 R, 11:14)”. Como vemos, es Dios el que genera la adversidad de Hadad, sin embargo, luego se indica: “Y este es el mal que hizo Hadad: aborreció a Israel y reinó sobre Edóm (1 R, 11:22)”. Y eso no es todo, “Dios le suscitó además a Salomón otro adversario: Rezón, hijo de Eliadá… Él fue adversario de Israel durante toda la vida de Salomón (1 R, 11:23 y 25)”. Y más aún, se cuenta que “Jeroboám, hijo de Nebat, el efraimita, natural de Seredá -cuya madre, una viuda, se llamaba Seruá– estaba al servicio de Salomón y se sublevó contra él (1 R, 11:26)”…
Dios había decidido extirpar a la familia de Jeroboam y barrer hasta los últimos restos de su casa (1 R, 14:10). A efectos de eso, suscitaría a alguien que investiría como rey (1 R, 14:14). Se trataba de Basá, quien llevó a cabo ese cometido.
Con el paso del tiempo, avanzada la gestión de éste, Dios resuelve por igual, acabar con la casa de Basá, “por todo el mal que este había hecho a los ojos del Señor, provocando su indignación con la obra de sus manos, hasta el punto de llegar a ser como la casa de Jeroboam, y también por haber exterminado su estirpe (1 R, 16:7)”, pasando por alto que había sido El quien dispuso esa matanza...
Se afirma que “Ezequías tuvo riquezas y gloria en abundancia. Adquirió tesoros de plata, oro, piedras preciosas,… Dios le había dado muchísimos bienes (2 Cr, 32:27 y 29)”. Esta propensión de Dios se muestra disonante con aquel antagonismo, del cual se destaca en el Evangelio, que El tiene en especial con las riquezas (Mt, 6:24), y en general con todo lo que es estimable a los ojos de los hombres (Lc, 16:15). Sumando a eso, en igual sentido, que la seducción de las riquezas y los demás deseos “ahogan la Palabra” (Mc, 4:19)...
Se distingue en el libro de Judit un notable contrasentido, primero se menciona la materialización de algo que de antemano Dios había afirmado que tal cosa no ocurriría, y posteriormente se pone de relieve que toda disposición de Dios no deja de consumarse: “¡Señor, Dios de mi padre Simeón! Tú pusiste en sus manos una espada vengadora contra aquellos extranjeros que arrancaron el velo de una virgen para violarla, desnudaron su cuerpo para avergonzarla y profanaron su seno para deshonrarla. Aunque tú habías dicho: ‘Eso no se hará’, ellos, sin embargo, lo hicieron... Tú has hecho el pasado, el presente y el porvenir; tú decides los acontecimientos presentes y futuros, y sólo se realiza lo que tú has dispuesto (Jdt, 9:2 y 5)”…
Isaías profetiza a propósito de la llegada de un ungido que descendería de la familia de Jesé, padre de David, y que llevaría por nombre Emmanuel (Is, 7:14). El evangelio de Mateo formula que Jesús es ese ungido anunciado por Isaías (Mt, 1:23). Sin embargo, la data del advenimiento del ungido en Isaías se ubica en épocas del destierro de Babilonia: “Al mismo tiempo, el Señor volverá a tender su mano para rescatar al resto de su pueblo, a los que todavía queden en Asur y Egipto, en Patros, Etiopía y Elam, en Senar, Jamat y las islas del mar. Levantará una bandera que se verá desde el extranjero, para juntar a los desterrados de Israel, y reunirá a los dispersos de Judá desde los cuatro puntos cardinales (Is, 11:11 y 12)”... Oráculo sobre Damasco: “Damasco ya no será más una ciudad, sino un montón de escombros. Las ciudades de Aror, abandonadas, han sido tomadas por los rebaños, que allí se tienden sin que nadie los espante (Is, 17:1 y 2)”. Es ocioso indicar que Damasco todavía existe y es la capital de la República de Siria...
En el evangelio de Mateo se refieren palabras de Dios reproducidas en Isaías vinculándolas con la figura de Jesús, la trascripción no es enteramente fiel, en general las diferencias no son sustanciales, aun cuando si lo es el párrafo final, donde en el original se señala: “Las tierras de ultramar esperan su ley (Is, 42:4)”;2 mientras que en la cita se asienta: “Las naciones pondrán su esperanza en su nombre (Mt, 12:21)”.2 En ambas lecturas Dios le llama a este servidor suyo, en un caso, “mi elegido”, y su predilecto en el otro, es decir que utiliza denominaciones que denotan una distinción dentro de un conjunto. Con esa misma significación, continúa en Isaías redactándose: “te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano,… no daré mi gloria a otros (Is, 42:6 y 8)...
Lo que sigue es aquello que Dios precisa en orden al juramento: “Por mí he jurado, salió la justicia de mi boca, una palabra irrevocable. Porque doblaráse ante mí toda rodilla y jurará toda lengua (Is, 45:23)”. Resulta incongruente ver que Jesús prescribe no jurar “de ninguna manera (Mt, 5:34)”…
Se escribe en Isaías esta locución de Dios: “Mi pueblo descendió á Egipto en tiempo pasado, para peregrinar allá, y el Assur lo cautivó sin razón (Is, 52:4)”. Curiosamente, en el libro primero de las Crónicas se apunta que fue Dios quien “excitó el espíritu de Phul rey de los Asirios, y el espíritu de Thiglath-pilneser rey de los Asirios, el cual transportó á los Rubenitas y Gaditas y á la media tribu de Manasés”,…
Aludiendo a su servidor, Dios expresa: “…los reyes cerrarán sobre él sus bocas, porque verán lo que nunca se les fué contado, y entenderán lo que jamás habían oído (Is, 52:15)”. En la epístola a los Romanos se recoge esta frase para aplicarla a la persona de Jesús: “A los que no fue anunciado de Él, verán: Y los que no oyeron, entenderán (Ro, 15:8)”. Sin embargo, en el evangelio se formula que Jesús, excepto a sus discípulos, se comunicaba hablando en parábolas: “En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan no entenderán, y por más que miren no verán (Mt, 13:14)”…
Como respuesta a las perfidias cometidas por su pueblo, Dios predice: “Por eso todavía he de entrar en juicio con vosotros, oráculo de Yavé, y con los hijos de vuestros hijos contenderé (Jer, 2:9)”. Este concepto está en consonancia con un designio de Dios revelado en el libro del Éxodo: “castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación (Ex, 34:7)”. Designio que parecía haber quedado sin efecto algún tiempo más tarde cuando se sentenció: “no morirán los padres por la culpa de los hijos, ni los hijos por la culpa de los padres; cada uno sea condenado a muerte por el pecado suyo (Dt, 24:16)”…
En una ocasión Dios le regaña a su gente en estos términos: “Añadid vuestros holocaustos a los sacrificios y comed la carne. Cuando yo saqué de Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y sacrificios de lo que les hablé y ordené (Jer, 7:21 y 22)”. Con todo, en el libro del Éxodo se narra que Dios, al momento de reunirse en el monte Sinaí, le ordena a Moisés: “Me alzarás un altar de tierra, sobre el cual me ofrecerás tus holocaustos, tus hostias pacíficas, tus ovejas y tus bueyes (Ex, 20:24)”. Además en el Levítico, cuando Dios llamó a Moisés desde la Tienda del Encuentro y le exhortó: “Habla a los hijos de Israel y diles: Quien de vosotros ofreciera a Yavé una ofrenda de reses, puede ofrecer ganado mayor o ganado menor. Si su ofrenda es de holocausto de ganado mayor, será de un macho inmaculado; lo traerá a la puerta del tabernáculo del testimonio, para que sea grato a Yavé;… Es holocausto, ofrenda encendida de suave olor a Yavé (Lv, 1:2, 3 y 17)” …
Dios advierte: “Y pondré á Jerusalem en montones, por moradas de culebras; y pondré las ciudades de Judá en asolamiento, que no quede morador… El que se quedare en esta ciudad morirá á cuchillo, ó de hambre, ó de pestilencia; mas el que saliere á los Caldeos vivirá, pues su vida le será por despojo, y vivirá (Jer, 9:11 y 38:2)”. Por el contrario, ulteriormente, Jeremías da a conocer que “Nabuzaradán, capitán de la guardia, hizo quedar en tierra de Judá del vulgo de los pobres que no tenían nada, y dióles entonces viñas y heredades (Jer, 39:10, y 52:16)”, lo que es confirmado por el propio Dios: “Así empero ha dicho Jehová, del rey que está sentado sobre el trono de David, y de todo el pueblo que mora en esta ciudad, de vuestros hermanos que no salieron con vosotros en cautiverio (Jer, 29:16)”. Se encuentran aún más comentarios que muestran que no solo los más pobres quedaron allí, entre los que se menciona sin más ni más a “los hombres y las mujeres y los niños, y los pobres de la tierra, que no fueron transportados á Babilonia (Jer, 40:7)”. Y otros como este: “a todo el pueblo que está en Jerusalén, y al sacerdote Sofonías hijo de Maasías, y a todos los sacerdotes (Jer, 29:25)”. El mismo Jeremías “vivió entre el pueblo (Jer, 39:14)” ...
Anunciando Dios la suerte de su pueblo destaca que “de dolorosas enfermedades morirán; no serán plañidos ni enterrados; serán como estiércol sobre la faz de la tierra (Jer, 16:4)”. En cambio, prosiguiendo el escrito de Jeremías, pocos capítulos después, vemos que Dios le trasmite a este profeta lo siguiente: “…y les dirás: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré á este pueblo y á esta ciudad, como quien quiebra una vaso de barro, que no puede más restaurarse; y en Topheth se enterrarán, porque no habrá otro lugar para enterrar (Jer, 19:11)”…
Jeremías le traslada a Sedecías, rey de Judá, un mensaje que le es enviado por Dios: “Esto es lo que te dice a ti: No morirás a la espada, morirás en paz, y como se quemaron perfumes (en los funerales de) tus padres, los reyes que te han precedido, así se quemarán también en los tuyos, y se te harán lamentaciones: ¡Ay señor! (Jer, 34:4 y 5)”. Lejos de eso, en el libro de Ezequiel, atinente a esa circunstancia, Dios presagia: “Yo extenderé mi red, mi red sobre él, y será preso en mi malla, y harélo llevar á Babilonia, á tierra de Caldeos, mas no la verá, y allá morirá… y allí le estaré á juicio con él, por su prevaricación con que contra mí se ha rebelado (Ez, 12:13 y 17:20)”…
Versando respecto a la partida de su pueblo de Babilonia, esto adelanta Dios por intermedio del profeta Jeremías: “en aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, vendrán los hijos de Israel, ellos y los hijos de Judá juntamente; é irán andando y llorando, y buscarán á Jehová su Dios (Jer, 50:4)”. No obstante, de acuerdo al libro de Isaías, en esa ocasión, Dios le habla a su pueblo de esta manera: “Salid de Babilonia, huid de entre los Caldeos; dad nuevas de esto con voz de alegría, publicadlo, llevadlo hasta lo postrero de la tierra: decid: Redimió Jehová á Jacob su siervo (Is, 48:20)”…
En el libro del profeta Ezequiel, a sus adeptos se dirige Dios comunicándoles: “Por tanto, así dice Yavé: Por ser más rebelde que las gentes que os rodean, y no haber seguido mis mandamientos, y no haber obrado según mis leyes, y hasta ni siquiera no haber hecho según las costumbres de las gentes que están en torno vuestro (Ez, 5:7)”. Concerniente a esta última frase, Dios se verá envuelto ulteriormente en una clara contradicción al señalar: “y sabréis que yo soy Yavé, cuyos mandamientos no habéis seguido, cuyas leyes no habéis practicado, sino que habéis obrado siguiendo las costumbres de las gentes que os rodean (Ez, 11:12)”.
Se reproduce en el libro de Ezequiel la siguiente declaración de Dios: “(el que) camine en mis mandatos y guarde mis leyes, obrando rectamente, ése es justo, vivirá, dice Yavé (Ez, 18:9)”. Aun cuando, más adelante, incomprensiblemente deja de lado esa consideración: “…y di a la tierra de Israel: Así dice el Señor, Yavé: Heme aquí contra ti; voy a desenvainar mi espada y a exterminar en ti al justo y al impío (Ez, 21:8)”...
…termina Dios aceptando el planteamiento de Abraham. Sorprende asimismo ver que entre las normas dadas por Dios, a través de Moisés, está ésta que dice: “…no hagas morir al inocente y al justo (Ex, 23:7)”…
Comunica Dios una invasión a Israel por parte de Gog, el príncipe supremo de Mesec y Tubal, en el país de Magog (Ez, 38:2). En cuanto a esto declara: “y en mi celo, en el incendio de mi furor, juro que habrá aquel día gran temblor en la tierra de Israel… Y llamaré contra él la espada por todos sus montes, dice el Señor, Yavé, y la espada de cada uno será contra su hermano. Y haré justicia en él con peste y con sangre y lloveré contra él y contra los numerosos pueblos que le acompañan lluvia torrencial piedras de granizo, fuego y azufre,… (Ez, 38:19, 21 y 22)”. Sostiene seguidamente que por ello será “engrandecido y santificado (Ez, 38:23)”…
Acerca de David, Dios da a conocer: “he hallado a David, mi siervo; le he ungido con mi óleo consagrado, al que mi mano sostendrá constantemente y mi brazo fortalecerá. No le sorprenderá enemigo ni le abatirá el inicuo. Exterminará ante él a sus opresores y quebrantará a los que le aborrecen. Serán con él mi fidelidad y mi piedad, y en mi nombre se alzara su poder (Sal, 89:21 al 25)”. Esto no concuerda con lo que se refleja en salmos anteriores. Primeramente David inquiere quejosamente a Dios de esta manera: “Da oídos, ¡oh Dios!, a mi oración, no te escondas a mi súplica. Atiende y respóndeme. Estoy abatido en mi tristeza y conturbado. Estoy aturdido por los gritos del enemigo, ante la opresión del malvado, pues me echan encima el infortunio y me persiguen con furor. Me tiembla el corazón dentro del pecho, asáltanme terrores de muerte. Me invade el temblor y el terror, me envuelve el espanto (Sal, 55:1 al 6)”…
David insta además a Dios con esta súplica: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón: Pruébame y reconoce mis pensamientos (Sal, 139: 23)”. De forma discordante, en el libro primero de las Crónicas, aparece David enterándolo a su hijo Salomón de que Dios “escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos (1 Cr, 28:9)”… Comienza el libro de Job distinguiendo a éste como un hombre “íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal (Job, cap. 1)”. Seguidamente se resalta la gran hacienda que poseía y su numerosa servidumbre (Job, cap. 1). Y todo eso por obra de la bendición de Dios (Job, cap. 1). Al final del libro se cuenta que por haber intercedido en favor de sus amigos, Dios acrecentó “hasta el duplo todo cuanto antes poseyera (Job, epílogo)”. Inversa es la estimación que se formula en los evangelios en cuento a las riquezas, en ellos son reprobadas, sosteniendo que sus encantos “ahogan la palabra (Mc, 4:19)”, y que la inclinación hacia ellas implica menospreciar a Dios (Lc, 16:13)...
Los proverbios escritos en este libro le son atribuidos al Rey Salomón, quien en uno de ellos señala: “Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; Corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, Y su afrenta nunca será borrada (Pr, 6:32 y 33)”. Resulta llamativo que este concepto provenga del hijo del rey David, recordando que él tuvo como madre a Betsabé, quien se unió sexualmente con su padre, estando ella casada con otro hombre…
Primero se alude en Proverbios que “La ciencia del prudente está en entender su camino (Pr, 14:8)”, para rematar finalmente puntualizando que “De Jehová son los pasos del hombre: ¿Cómo pues entenderá el hombre su camino? (Pr, 20:24)”...
Otro de los proverbios expresa: “El que oprime al débil ultraja a su Creador (Pr, 14:31)”, como ya se ha dicho, los Proverbios le son adjudicados al Rey Salomón, cabe tener presente que éste redujo a la esclavitud con trabajos forzados a los sobrevivientes de todos los pueblos que conquistó, según el libro primero de Reyes (1 R, 9:20 y 21). Mas no solo se comportó así con ellos, sino también con el propio pueblo de Israel, como se testimonia asimismo en este libro: “agravó nuestro yugo... dura servidumbre… yugo pesado que puso sobre nosotros… os castigó con azotes (1 R, 12:4 y 11)”…
Además, como método instructivo prescribía: “No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá (Pr, 23:13)”. Y pensar que esta celebridad recibió al nacer, de parte de Dios, el mote de Jedidías, que significa “Amado del Señor” (2 S, 12:25). Y así se lo siguió valorando, a tenor de lo que certifica Nehemías al decir: “era amado de su Dios (Neh, 13:26)”.4 Se añade que Dios le dio “anchura de corazón (1 R, 4:29)”. Y no fue sino recién en su vejez que se estima que dejó de pertenecer “íntegramente al Señor, su Dios (1 R, 11:4)”, debido a que “sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos (1 R, 11:4)”. Ese es el motivo que se arguye por el cual “enojóse Jehová contra Salomón (1 R, 11:9)”, y no por su ominoso trato hacia los israelíes y sus enemigos…
En el libro de Eclesiastés se asegura que “en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor (Ec, 1:18)”. Inversamente despúes opina: “¿Quién como el sabio? ¿y quién como el que sabe la declaración de las cosas? La sabiduría del hombre hará relucir su rostro, y mudaráse la tosquedad de su semblante... El que guarda el mandamiento no experimentará mal (Ec, 8:1 y 5)”…
En el Eclesiástico se afirma que Dios “a nadie le ordenó ser impío ni dio autorización para pecar (Eclo, 15:20)”.6 Esto no se condice con un sinfín de preceptos en contrario por El dictados, según lo que se transcribe en los libros del Pentateuco, como aquel que señala: “Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt, 19:21)”…
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Carlos Segures", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo Carlos" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.
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Top 10 Características Indeseables de Dios.
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