Apolo y Jesús
Veamos un encuentro imaginario, solamente en relación entre los aquí personajes al ser ellos de diferentes épocas y religión, pero no en el contenido y la moraleja que corresponde y nos demuestra la historia. Podemos sacar la conclusión sobre esas dos religiones en que nada ha cambiado desde entonces, todo sigue igual, pues si en aquellos tiempos estaba instruyendo al pueblo griego, a pesar de sus múltiples sabios los cuales aún en día así lo consideramos, en la actualidad tenemos mucha mas ciencia y tecnología, pero el poder de las religiones ha aumentado, cosa que por ley natural deberían haber disminuido o desaparecido. No saquemos conclusiones anticipadas.
Yo tengo hoy 25 siglos de edad. Estuve muerto por casi todos esos años. Mi lugar de nacimiento fue Atenas, tengo el convencimiento de que mi tumba no estaba lejos de las de Plutón, Aristóteles, Homero, y otros nobles griegos de pasadas épocas. El lugar era privilegiado con vistas a la ciudad y al mar Egeo.
Después de haber estado durmiendo en mi última morada durante tantos siglos he despertado súbitamente, sin saber el cómo y él por que; aún transportado por una fuerza fuera de mis controles para éste nuevo día y ciudad. Llegué aquí con el alba, cuando el firmamento estaba despertándose. Al acercarme a la ciudad empecé a escuchar campanas y poco después encontré las calles agitadas con una multitud de personas bien vestidas, en grupos familiares siguiendo sus respectivos caminos. Evidentemente no todos ellos se dirigían a los mismos lugares, otras y acompañadas de infantes tenían expresiones de alegrías en sus caras.
- Éste debe ser un gran día de fiesta y adoración devota a algunos de sus dioses -, murmuré para mí mismo. Mirando alrededor vi a un señor con una elegante ropa negra, sonriendo. Al acercarme a él tendió su mano con gran cordialidad. Él debe haber percibido que yo era un extraño y me ofrecía su hospitalidad. La misma que acepté con cordialidad y gratitud apretando su mano respondiendo afectivamente.
Quedamos por unos momentos mirándonos a los ojos. Él comprendió la confusión en que me encontraba por aquel nuevo ambiente y se ofreció para informarme. Empezó diciéndome la razón del toque de campanas y el significado de la multitud en fiestas caminando por las calles y éstas muy adornadas. Era un domingo antes de las navidades y el pueblo estaba yendo para la “Casa de Dios”.
- ¿Ciertamente tu estarás yendo para allí también? – le pregunté a mi amistoso informante.
- Sí -, respondió él -. Yo conduzco el culto. Soy sacerdote.
- ¿Un sacerdote de Apolo? -, pregunté.
- No, no -, replicó él levantando sus manos como queriendo ordenar silencio. – Apolo no era un dios, él solamente era apenas un ídolo.
- ¿Un ídolo? -, murmuré tomado por la sorpresa.
- Percibo que tú eres griego -, me dijo y continuó. – A pesar de vuestras notables realizaciones en el pasado erais un pueblo de idolatras. Los helenos adoraban a dioses que no existían. Construyeron templos para divinidades que eran meramente nombres vacíos. Apolo, Zeus, Ateneas, así como todo el panteón del Olimpo, no eran más que invenciones y fantasías.
- Pero los griegos amaban a sus dioses -, protesté con el corazón clamando en el pecho.
- Ellos no eran dioses, eran ídolos, y la diferencia entre un dios y un ídolo consiste en que: un ídolo es una cosa, Dios es un ser vivo. Cuándo no se puede probar la existencia de sus días, no le has visto, no has escuchado su voz, ni tocado, cuando no se tiene nada probado de él, entonces es un ídolo ¿Tu ya has visto a Apolo? ¿Ya lo has escuchado hablar? ¿Ya lo has tocado?
- No -, respondí en voz baja.
- ¿Tú sabes de alguien que lo tenga hecho?
Tuve que admitir que no.
- Él era un ídolo, por tanto, no podía ser dios.
- Sin embargo, muchos de nosotros, los griegos, sentimos la presencia de Apolo en nuestros corazones y fuimos inspirados por él.
- Vosotros imaginasteis que lo fue -, replicó mi contertuliano. – Si él fuese realmente divino, que estuviese vivo hasta hoy, podría...
- ¿Entonces él está muerto -, pregunté?
- Él nunca vivió, y hace más de dos mil años que sus templos han sido apenas un montón de ruinas.
Yo sentí las lágrimas correr por mi rostro al escuchar que Apolo, el dios de la luz y de la música, no existía más. Que sus bellos templos han sido reinas desde hace siglos y el fuego sobre sus altares extinguidos, en-tonces, secándome las lágrimas dije:
- ¡Oh! Pero nuestros dioses eran justos y bellos, nuestra religión era rica y piadosa. Ella hizo una nación de poetas, matemáticos, pensadores, oradores, artistas, guerreros que conquistaron el mundo. Ellos hicieron de Atenas una ciudad de luz, crió lo bello, sublime, verdadero, era buena y rica, ¡por lo que nuestra religión era divina!
- Ella apenas poseía un gran defecto -, me interrumpió el sacerdote.
- ¿Cuál era? -, pregunté intrigado sin saber como sería la respuesta.
- ¡Que no era verdadera!
- Pero yo aún creo en Apolo -, exclamé -, ¡él no está muerto, yo sé que está vivo!
- Entonces, pruébalo -, dijo él. – Si tú lo puedes demostrar, nosotros nos postraremos y le adoraremos. Muéstrenos a Apolo y él será nuestro dios.
- ¿Mostrarlo? -, susurré para mí mismo. – ¡Qué blasfemia! - Entonces con coraje le dije a mi interlocutor como más de una ves yo sentí la presencia radiante de Apolo en mi corazón y le fui contando como son las líneas inmortales de Homero a respecto del divino dios, por lo que le dije: - ¿Tú dudas de Homero? ¿Él, el bardo inspirador? ¡Homero, cuyas fuentes de tinta eran tan grandes como el mar Egeo, cuyas páginas imperecederas eran el tiempo? ¿Homero el de que cada palabra era una gota de la luz solar? – Entonces yo comencé a citar la Iliada de Homero, la Biblia griega, adorado por todos los helenos como el más raro manuscrito entre el Olimpo y la tierra. Cité la descripción de Apolo, que cuya lira era más musical; que cuyos discursos eran más dulces que la propia miel. Recité como su madre fue de ciudad en ciudad procurando un lugar digno para dar a luz el joven dios, hijo de Zeus, el Ser Supremo, y como él nació y tuvo su cuna a la vista de todas las diosas que lo bañaban en aguas corrientes y alimentaban con el néctar y la ambrosía del Olimpo. Entonces yo le conté las líneas que retractan a Apolo rompiendo sus ataduras, saltando de la cuna y abriendo sus alas como cisnes, planeó rumbo al sol, declarando que él había venido a anunciar a los mortales la voluntad de Zeus, su padre. - ¿Es posible -, le pregunté -, que todo eso sea una pura invención, una fantasía del cerebro, tan insustancial como el aire? No, rotundamente no, Apolo no es un ídolo -. Entonces miré a los ojos del sacerdote para ver la impresión causada con este arrebatamiento de entusiasmo sincero había provocado en él. Entonces percibí una sonrisa fría en sus labios que me partió el corazón. Percibí lo que él quería decir: “¡Pobre e iluso pagano tú no eres lo bastante inteligente para saber que Homero era, definitivamente un mortal y que él estaba componiendo una pieza en la cual creó los dioses sobre los cuales cantaba; que esos dioses existían solamente en su imaginación, por lo que hoy ellos están tan muertos igual que su creador, ¡el poeta!”.
A todo eso llegamos a las entradas de un gran edificio que mi interlocutor denominó como la “Casa de Dios”. Entramos y vi lucecitas intermitentes en todos los espacios del interior. Había también pinturas, altares e imágenes en todo alrededor. El aire estaba enrarecido con el incienso y el humo de las velas; un número de hombres de vistosas vestimentas pasaban de un lado para otro curvándose y arrodillándose delante de varias luces e imágenes. La audiencia estaba de rodillas, en vuelta en un silencio sepulcral, un silencio tan solemne que me dejó aterrado. Observando mi ansiedad por entender el significado de todo aquello, el sacerdote me puso a parte y en un casi susurro me dijo que aquellas personas estaban celebrando el aniversario del nacimiento de su lindo Salvador, Jesús, el Hijo de Dios.
- Olvidas a Apolo -, me dijo él, con una sugestión de severidad en la voz. – Tal persona no existe, no existió nunca, él era apenas un ídolo. Si tú fuese a buscar por Apolo en todo el universo, jamás encontraría a alguien que respondiera por ese nombre o descripción. – Y prosiguió: - Jesús es el Hijo de Dios. Él vino a nuestra Tierra y nació de una virgen -. Ahí intenté recordarle al sacerdote que fue así como Apolo se encarnó, pero me contuve. – Entonces Jesús creció y se convirtió en un hombre, llegó a realizar maravillas nunca vistas, tales como andar sobre los mares, dar la visión, audición y el habla a los tartajosos, sordos y mudos; convertir el agua en vino, alimentar milagrosamente a multitudes, prevenir acontecimientos del futuro y resucitar a los muertos. – Aún acrecentó: - Claro, dicen de tus dioses que ellos hacían milagros, y de sus oráculos que prevenían el futuro, pero hay una gran diferencia, las cosas que cuentan de ellos siempre ha sido una ficción. Sin embargo, las cosas que se cuentan de Jesús son realidades; eso es lo que distingue el Paganismo del Cristianismo, la diferencia entre la ficción y la realidad.
Entonces yo escuché una onda de murmullos, como el de las hojas en una floresta pasar por la audiencia postrada. Me volví, e inmediatamente, en mi curiosidad de griego me dirigí al lugar donde ardían el mayor número de velas. Sentí que tal vez la conmoción en esa casa fuese al anuncio de que el Dios Jesús estaba próximo a hacer su aparición, y yo quería verlo. Quería tocarlo, o entonces si la multitud no me permitiese tener ese privilegio, yo quería por lo menos, escuchar su voz. Yo que nunca había visto a un Dios, ni tocarlo, ni escuchado sus palabras, yo que había creído en Apolo sin jamás haberlo visto ni probado algo al respecto, quería ver al verdadero Dios Jesús. Pero mi interlocutor puso su mano sobre mi hombro y me llevó hacia atrás.
- ¡Yo quiero ver a Jesús! -, me precipité hacia él. Lo dije con reverencia y buena fe. – ¿Es que Jesús no estará aquí esta mañana? ¿No les hablará a sus adoradores? -, pregunté nerviosamente. - ¿Él no nos dejará tocarlo, ni acariciar sus manos o sus divinos pies, inhalar la fragancia de ambrosía de su halito? – Yo estaba sorprendido para poder hacer cualquier otra réplica inmediata.
- En los últimos dos mil años -, continuó mi informante -, no fue de la voluntad de Jesús el mostrarse a quienes quiera que fuese; ni ser escuchado por ese mismo número de años.
- ¿Por dos mil años nadie lo ha visto ni escuchado a Jesús? -, pregunté con mis ojos llenos de espantos y mi voz temblando de excitación.
- No, él desapareció, subiendo a los cielos.
- ¿Entonces eso nos lleva... -, me aventuré a preguntar inquietantemente -, ...a que Jesús sea un ídolo tanto e igual que Apolo? ¿Y no estarán esas personas arrodilladas delante de un dios sobre de cuya existencia estarán en las tinieblas de la misma forma que los griegos lo estuvieron con su bello Apolo, y en aquel pasado ellos solamente escucharon rumores como los que Homero cuentan de los dioses del Olimpo, tan idolatrado como lo hicieron los atenienses? ¿Qué dirías tú -, interrogando al sacerdote -, si yo exigiese ahora que me mostrase a Jesús y lo comprobara con mis manos, ojos, y oídos de la forma con que tú me pediste para que te probase la existencia de Apolo? ¿Cuál es la diferencia entre una ceremonia en honor de Apolo y otra en honor de Jesús, ya que es tan imposible dar una demostración personal tanto de uno como del otro? Si Jesús está vivo y es un dios y Apolo un ídolo muerto, ¿cuál es la diferencia ya que uno es tan invisible, inaccesible e indemostrable como el otro? Y si es la fe la que prueba que Jesús es un dios, por la fe de los seguidores de Apolo también lo convierte en un dios. Pero si adoran a Jesús, el mismo que en dos mil años nadie lo ha visto, oído o tocado, se han construido templos para él, queman incienso en sus altares, se curvan y arrodillan ante sus relicarios, hacen imágenes o, mejor dicho, ídolos y lo llaman de “Dios”. ¿No es idolatría encender fuego sobre los altares iluminados del Apolo griego: el Dios del alba, maestro de la lira encantada; él que con el arco y flecha doblaba el propio fuego? No estoy negando -, le dije -, que Jesús ya haya venido. Él puede haber estado vivo dos mil años atrás, pero no ha sido escuchado desde entonces. Si él está muerto, entonces estáis adorando un muerto, lo que califica a tu religión como idolatra.
Entonces recordando lo que el sacerdote dijo al comienzo de la palestra sobre la mitología griega que era bella pero no verdadera, insistí diciéndole:
- Vuestros templos son realmente magníficos y costosos, la música grandiosa y los altares soberbios; las letanías son formidables, los cantos conmovedores, los inciensos perfumados, las campanas sonoras, el brillo y abundancia del oro y plata en copones, coronas, ropajes, etc., son de un gusto exquisito y abundantes. Aún decir que los dogmas son perspicaces y hasta muy parecidos con los nuestros; los predicadores elocuentes, pero hablando con el corazón en la mano, vuestra religión solamente tiene un defecto: no es verdadera..., como la griega, como Apolo, Zeus...
(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "Zerimar Ilosit", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo.
______________
Excusas Cristianas: Nº 12
“Estás equivocado; pero no tengo tiempo de explicarte”
Ver:
Excusas Cristianas: Nº 13
“¡Los Ateos También...! (Tu quoque)”
Ver:
Excusas Cristianas: Nº 14
“Amenazas e Insultos a los Ateos”
Ver:
Excusas Cristianas: Nº 15
“Muchas más Absurdas Excusas sin Sentido”
Ver:
Top 10 Versículos Bíblicos usados como Excusas en los debates con Ateos
Ver:
Carta Abierta a los Creyentes
(Colaboración)
Ver:
Buenas Razones para No Creer
(Colaboración)
Ver:
Los "Milagros" de Jesús
(Colaboración)
El Misterio de la Trinidad
(Colaboración)
Ver:
Ateísmo… ¿Eso qué es?
(Colaboración)
Ver:
Quien es Dios?
Ver:
¿Existió Jesús?
¡Claro, existieron muchos!
Ver:
Top 10 “Metidas de Pata” de la Biblia.
Ver:
Top 10 Características Indeseables de Dios.
Ver:
Ver:
"Yo no creo en nada. Para mí la fe es algo tan odioso como lo es pecado para los creyentes. El que sabe, no puede creer. El que cree, no puede saber. El término "fe ciega" es una redundancia, pues la fe es siempre ciega"