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Rambo Vs Dios

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Rambo Vs Dios.

 

Nací a principio de los años 70´s (1973 para ser precisos) y ya en mi pre adolescencia estaba bombardeado en la tele por las clásicas películas de acción de los años 80´s: Tiros, músculos, explosiones, sangre, vísceras volando… Uff. Como nos gustaban a los chicos de esa época ese tipo de películas!!!. De ahí surgieron grandes clásicos de los que hoy se hacen infinidad de reboots y secuelas como “Terminator”, “Lethal Weapon” (Arma Mortal), “Rocky”, “Die Hard” (Duro de matar o Jungla de cristal), y un largo etcetera. Pero hay una película en especial que me gustó y que posteriormente se convirtió en una exitosa saga: Un excombatiente de la guerra de Vietnam y con aspecto de vagabundo llega a un pueblito donde es expulsado por las autoridades locales. Al negarse a marcharse y posteriormente resistirse al arresto, se escapa a las montañas cercanas comenzando así una trepidante persecución que termina en un fascinante caos de tiros, llamas, explosiones y adrenalina. Obviamente me estoy refiriendo a la primera película de “Rambo”.

Con el titulo original de “First Blood” (Acorralado en España y Rambo: primera sangre en Hispanoamérica) fue estrenada en 1982; dirigida por Ted Kotcheff y protagonizada por Sylvester Stallone. Fue un éxito de taquilla y crítica y comenzó una franquicia que tiene hasta el día de hoy 5 películas (de las cuales solo destacaría la secuela de 2008 cuya fiesta de sangre digital me pareció interesante). La película esta basada en el libro “First Blood” de 1972 escrito por David Morrell que se inspiró en las experiencias que oyó de sus alumnos que habían combatido en Vietnam. La novela recibió el elogio de Newsweek como “magnífica”, “una novela maravillosa” según la crítica literaria de The New York Times, “una novela sumamente dura y rápida” en palabras del escritor de suspenso John D. MacDonald. Cuando Stephen King enseñaba escritura creativa en la Universidad de Maine, la usó como libro de texto. El libro fue traducido a 26 idiomas.

Terminé de leerla hace unos días y esperaba encontrarme con un guión cinematográfico en forma textual y para mi sorpresa me encontré una interesante historia con una original narrativa y personajes muy bien definidos. Sobra decir que la novela tiene mucha más sangre y muertes que la película. Inclusive el protagonista (Del cual solo conocemos su apellido “Rambo”) es un fugitivo muy peligroso y sanguinario. Es comprensible que los guionistas de la película cambiaron un poco las características del personaje haciéndolo menos violento y asesino para que así pueda empatizar con el publico y dejar abierta la historia para posteriores secuelas. De hecho (Y se viene un alto Spoiler del libro) en la novela de Morrell, Rambo muere al final del libro.

Y es precisamente esta muerte la que nos trae al presente artículo. Poco antes de morir Rambo tiene suficiente tiempo para reflexionar sobre la vida y la muerte y en especial sobre Dios y su posible castigo ante una vida de asesinatos y muertes. Es una muy interesante introspección del personaje hasta tal punto que merece ser nombrada en la presente publicación. A continuación colocaré fragmentos de la novela conde se refleja esto y donde quizá logremos entender un poco que ese “Rambo” asesino y violento, también puede tener un lado espiritual.

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Los pongo un poco en contexto: Despues de escapar de la mina donde estaba atrapado, Rambo decide regresar al pueblo a formar un verdadero pandemónium de tiros y explosiones matando oficiales y civiles de forma indiscriminada. Hace volar la estación de combustible y las llamas se dispersan por todo el pueblo. En su afán de matar a Teasle (su archienemigo), se enfrenta a el en un festival de tiros y balas, cuando Teasle logra acertar un disparo en el pecho de Rambo. Disparo mortal por necesidad. Rambo escapa y busca un sitio donde morir en paz.


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Había visto morir a demasiados hombres de heridas de bala como para ignorar que su hemorragia lo llevaría a la muerte. Seguía sintiendo el dolor en el pecho, en la cabeza, acentuado agudamente con cada latido de su corazón, pero sus piernas estaban frías y adormecidas por la pérdida de sangre y por eso le costaba arrastrarse, sus dedos estaban insensibles como también las manos, los nervios de sus extremidades parecían haberse paralizado gradualmente. No le quedaba mucho tiempo de vida. Pero por lo menos todavía podía elegir el lugar para morir. No iba a ser allí, como si estuviera en las galerías. Estaba decidido a no experimentar otra vez esa sensación. No, sería en terreno abierto. Donde pudiera ver el cielo con claridad y aspirar el puro aire de la noche.

Siguió arrastrándose y pudo ver entre la maleza, un poco más adelante, una pequeña elevación; cuando llegó arriba descubrió que era un montículo cuyas pendientes estaban cubiertas de maleza, pero en la parte superior había un claro cubierto por las hojas secas del otoño. No era tan alto como lo que él buscaba. Pero era más alto que el resto del terreno y se sintió muy cómodo al acostarse sobre el pasto, como si fuera un colchón relleno de paja. Miró las extraordinarias formas anaranjadas que dibujaban las llamas contra las nubes de la noche. En paz. Este era el lugar indicado.

Su mente estaba en paz por lo menos. Pero el dolor aumentaba, torturándolo, en contraste con la insensibilidad de sus piernas y brazos. Dentro de poco llegaría hasta su pecho, anulando el dolor, pero ¿y después?

¿Llegaría a su cabeza? ¿O moriría antes?

Bueno. Tenía que pensar si le faltaba hacer alguna otra cosa, algo importante que hubiera olvidado. El dolor lo obligó a ponerse rígido. No, parecía que no faltaba nada más.

¿Y qué pasa con Dios?

La idea lo intranquilizó. Había pensado en Dios y rezado solamente en ocasiones en que sintió un miedo ilimitado, y siempre algo molesto porque no era creyente y se sentía tan hipócrita al rezar por puro miedo, como si a pesar de no creer en Dios, hubiera uno en realidad, un Dios que podía ser engañado por un hipócrita. Creía en Dios cuando era un niño. Creía a pie juntillas.

¿Cómo era el acto de contrición que rezaba todas las noches? Las palabras resurgieron a tropezones en su memoria, desconocidas para él. Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón ¿De qué?

De todo lo que ha pasado durante estos últimos días. Me arrepiento de que tuviera que suceder. Pero no podía dejar de pasar. Lo lamentaba, pero sabía que si hoy fuera lunes otra vez haría las mismas cosas que había hecho durante los días subsiguientes, y sabía que Teasle también haría lo mismo. No era posible evitarlo. Si el orgullo había sido el origen de su pelea, también había tenido otro motivo más importante.

¿Como cuál?

Una serie de tonterías, se dijo a sí mismo: libertad y derechos humanos. No había sido su intención demostrar un principio. Había salido a luchar contra cualquiera que pretendiera intimidarle una vez más y eso era muy distinto —no era ético —sino personal, emocional. Había matado a un gran número de personas y podía alegar que sus muertes fueron necesarias porque formaban parte de lo que insistía en intimidarlo, haciéndole imposible la vida a una persona como él. Pero no estaba muy convencido. Había gozado demasiado con esa lucha, gozado mucho con los peligros y las emociones.

Pensó que quizás la guerra lo había preparado para ello, que quizás se había acostumbrado tanto a la lucha que no podía hacerla a un lado.

No, eso tampoco era exacto. Podía haberse controlado si realmente lo hubiera querido. Pero sencillamente no tuvo ganas de controlarse. Estaba decidido a luchar contra cualquiera que quisiera interferir en la forma en que él quería vivir. Muy bien, pues, entonces, en cierto sentido su lucha había sido para defender un principio. Pero la cosa no era tan simple, pues se había sentido orgulloso y feliz de poder demostrar su habilidad para la lucha. Era el candidato menos indicado para dejarse llevar por delante, por supuesto que lo era, y ahora estaba muriéndose y nadie tiene ganas de morir y todo eso que pensaba respecto a principios, eran puras excusas para justificarse. Pensar que volvería a repetir lo que había hecho exactamente en la misma forma, era solamente un truco para convencerse de que lo que le estaba pasando ahora, no podía haberse evitado. Dios, y era ahora, y no podía hacer absolutamente nada para evitarlo y ni los principios ni el orgullo tenían nada que ver con lo que iba a suceder.

Lo que debía haber hecho era salir un poco más con chicas guapas, beber más agua helada y comer más melones. Y eso también era una serie de tonterías, lo que debía haber hecho y todo eso respecto a Dios eran simples complicaciones para olvidar lo que había pensado un poco antes: si bien la insensibilidad que se apoderaba de sus muslos y brazos era una forma fácil de morir, no por eso dejaba de ser insoportable. E inútil. Derrota pasiva. Lo único que podía elegir era la forma de morir y no pensaba hacerlo como un animal herido y acorralado, solo, trágico, desvaneciéndose insensible y gradualmente. Inmediatamente. En un violento rapto emocional.

Desde que vio por primera vez unos nativos mutilando un cadáver en la selva, le aterraba la idea de lo que podría sucederle a su cuerpo cuando él muriera. Como si su cuerpo pudiera conservar todavía algunos reflejos nerviosos, imaginaba no sin cierta repulsión cómo sería sentir que le vaciaban la sangre de sus venas, le inyectaban un fluido para embalsamarlo, le sacaban las vísceras y llenaban la cavidad torácica con sustancias preservativas. Al imaginar lo que sería sentir que el embalsamador le cosía los labios para que quedaran juntos y bajaba sus párpados, se había mareado. Morir, qué extraño que no le preocupara tanto la muerte como lo que le sucedería después. Pues bien, no podrían hacerle ninguna de esas cosas si no quedaba ningún resto suyo. Quizás sentiría algún placer si por lo menos lo hacía él por su cuenta.

Sacó de su bolsillo el último cartucho de dinamita que le quedaba, abrió la caja de mechas y detonadores que estaba cuidadosamente envuelta, colocó un juego de éstos en el cartucho y puso el cartucho entre los pantalones y el estómago. Titubeó un poco antes de encender la mecha. Este bendito asunto de Dios que siempre complicaba las cosas.

Lo que estaba por hacer se llamaba suicidio y eso podría condenarlo al infierno durante la eternidad. Si él fuera creyente, Pero no lo era y había vivido durante mucho tiempo con la idea de suicidarse durante la guerra, al llevar consigo la cápsula que le había dado su comandante para evitar que lo capturaran y torturaran. Pero cuando lo capturaron no tuvo tiempo de tragarla. Y ahora, en cambio, iba a encender la mecha.

¿Pero y si Dios existía? Bueno, si Dios existía, Él no podría culparle por ser fiel a su incredulidad. Una fuerte sensación le esperaba todavía. Sin dolor. Demasiado veloz como para sentir dolor. Un relámpago destructor y nada más. Por lo menos, eso ya era algo. La insensibilidad había llegado ya a la ingle, se preparó entonces para encender la mecha.

 


la insensibilidad era tan grande ya que le sería imposible encender la mecha antes que se apoderara completamente de él. Tan pobre. Tan feo y tan pobre. La muerte se apoderó entonces de él, pero no en forma de un sueño embotador, sin fin y oscuro como lo había imaginado. Fue algo más parecido a lo que supuso que sucedería con la dinamita, pero proveniente de su cabeza en lugar del estómago; no pudo comprender por qué había resultado así y sintió miedo.

Pero como era lo único que quedaba por suceder, dejó que sucediera, y se fue así, expelido, violentamente por la parte de atrás de su cabeza y su cráneo, como una catapulta que lo arrojara al cielo, entre millares de imágenes, hacia adelante, hacia afuera, entre destellos y reverberaciones inacabables y pensó que si eso se prolongaba lo suficiente quizás se habría equivocado y vería a Dios después de todo.

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Rambo nunca lo supo. Pero esas millares de imágenes, entre destellos y reverberaciones” que vio milésimas de segundos antes de morir fue un tiro de escopeta en la cabeza que le dio el Coronel Trautman, su antiguo líder militar en Vietnam y que puso fin a su agonía con ese disparo.

Evidentemente recomiendo encarecidamente que lean el Libro de Morrell y así poder tener una visión diferente, no solo de la guerra y las secuelas que ésta deja en sus soldados, sino también de una película que va un poco más allá de una simple cinta de acción.

Dejo a continuación un par de links donde pueden descargar el Libro “First Blood” en formato PDF y EPub.

 - PDF

 - EPub

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