Nota:
La presente publicación fue escrita y elaborada por un colaborador y amable lector de este Blog. Este artículo NO fue escrito por el habitual escritor y responsable de este sitio Noé Molina. (*)
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La Virgen de Guadalupe
entre la fe y la historia
Nota inicial:
El presente ensayo fue originalmente una investigación para el trabajo final de la materia Historia de México II en el Colegio de Ciencias y Humanidades (bachillerato incorporado a la Universidad Nacional) plantel Oriente, basado en una estrategia didáctica (que puede consultarse en línea) diseñada por el profesor.
En su momento, y hablando en el plano personal, me fue de mucha utilidad, pues se trató quizá del paso culminante en mi camino al ateísmo, además de que me decidió a estudiar la carrera de Historia. Espero que su difusión pueda ser de utilidad para las más personas posibles.
En su versión original respondía a los estándares del ensayo académico formal; la presente versión ha sido considerablemente ampliada, además de que me he permitido algunas libertades para agilizar su lectura, principalmente suprimir las notas de las referencias (que en la versión original llegaban exactamente a cuarenta), pero también he tratado de ser lo suficientemente específico en cuanto a lugares, fechas y personajes (en atención para el lector no mexicano) cuando esto resulta indispensable para una mejor comprensión de los hechos.
Éste ensayito no es otra cosa que un trabajo de divulgación, no pretende ser la última palabra ni una referencia primaria. El curioso lector interesado en trabajos desde plenamente académicos y eruditos hasta aún más divulgativos puede profundizar en las indicaciones bibliográficas al final del presente trabajo.
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Introducción
La Virgen de Guadalupe ¿Invención o aparición? El sólo hecho de plantear esta interrogante sin duda es causa de sentimientos encontrados, porque toca uno de los puntos más sensibles de la sociedad mexicana. Incluso mucho antes de que México se consolidara como nación independiente, el llamado guadalupanismo es considerado como uno de los elementos primordiales de la identidad nacional, ello como claro efecto del predominio ejercido por el catolicismo romano en la conciencia religiosa del país. La historia de las apariciones constituye por tanto uno de los mitos (es lícito llamarle así) fundacionales de nuestra cultura e identidad, hablando como mexicano, y un punto central de la fe católica, hablando como practicante de esta religión que alguna vez fui.
Sin embargo, los mitos más bellos son generalmente los más falsos, por no decir los más dañinos, para el desarrollo de una nación.
Defenderé en este breve trabajo la tesis de la invención, para lo cual presentaré una breve relación de las mayores falacias en que está cimentado el mito, defendiendo además la teoría de que la imagen no es más que una pintura elaborada hacia 1550. Todo ello sumado a un brevísimo repaso de la manipulación social de la imagen y al uso que históricamente le han dado las camarillas político-religiosas como instrumento de manipulación de los humildes.
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Noticia sobre las fuentes
Existen incontables trabajos sobre la virgen de Guadalupe, pero apenas hay un puñado que verdaderamente aborda el tema con seriedad. En el siglo XIX el desenmascaramiento de la impostura inicia con Joaquín García Icazbalceta (cuyo catolicismo está fuera de cualquier duda), quien investiga el asunto a petición del arzobispo Labastida y Dávalos en 1883. Las conclusiones a las que llega García son prácticamente las mismas que se podrán leer en éste ensayo; por ello el documento, un informe en forma de carta, en el que el historiador las expone fue presentado al arzobispo en carácter de confidencial y por muchos años se ignoró su existencia. No obstante, el primer paso estaba dado.
En el siglo pasado, Edmundo O’Gorman (el historiador académico más importante del siglo en México; también católico) en su libro Destierro de sombras (que por desgracia no se ha reeditado ¿a alguien le sorprende?) elaboró una cronología de las obras que fraguaron el mito y supo ubicarlo en el contexto antropológico; a nivel académico, esta obra es fundamental, sin embargo, aún faltaba un paso para que el mito fuera expuesto como tal ante el gran público.
Ése paso lo dio el caricaturista Eduardo del Río (mejor conocido como Rius, recientemente fallecido) en su libro El mito guadalupano que, no obstante su estilo, está sólidamente documentado y su valor informativo le es reconocido plenamente por la academia. Gracias a éste libro fue que el asunto llegó al conocimiento de un público mucho más amplio. Actualmente esta obra se considera de referencia.
Dos lecturas más académicas pueden encontrarse en la obra del prestigiado historiador Antonio Rubial y en la tesis de maestría de su alumna Adriana Narváez Lora.
En el plano de la divulgación son notables el escritor Francisco Martín Moreno, el periodista Mauricio Schwarz y los historiadores Enrique Florescano y Raúl Bringas Nosti. Todas las obras aquí mencionadas han servido de base para éste trabajo y son ampliamente recomendables.
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Significado de una imagen
Sería innecesario desarrollar aquí el papel que ha desempeñado el fenómeno del guadalupanismo en el desarrollo de la sociedad mexicana, porque un análisis de este tema tendría que partir desde los orígenes de la religiosidad popular y su desarrollo a lo largo de nuestra historia; baste saber que la imagen de la virgen morena ha sido un pilar de la identidad nacional ya desde la época colonial; el respeto y veneración que un gran número de mexicanos sienten hacia ella ha sido objeto de diversos estudios psico-sociológicos y su imagen ha participado en los más diversos bandos dentro del azaroso camino de la historia de México, para bien y para mal.
Remontándonos a la historia, a favor de la popularmente llamada “morenita del Tepeyac” (o más bien de su imagen) juega el haber sido estandarte de los insurgentes durante la guerra de independencia y el haber dado nombre al plan que enarbolaron las fuerzas revolucionarias contra la dictadura de Victoriano Huerta en 1913; pero, por el otro lado, no puede olvidarse que desde siempre la imagen de la Guadalupana ha sido objeto de lucro por parte del alto clero nacional; sirvió en su tiempo para justificar la conquista espiritual y el intento de exterminio del pasado indígena; fue utilizada por los imperios de Iturbide y Maximiliano (pelele de Napoleón III); que fue bandera de los conservadores durante la guerra de Reforma y de los movimientos reaccionarios y ultraderechistas de mediados del siglo XX, como los llamados cristeros, que manipularon descaradamente a la población más pobre de la región del Bajío; y, en el plano político, sirvió como arma política del régimen porfirista, los gobiernos priístas de Ávila Camacho, Alemán, Díaz Ordaz y, más recientemente, de los panistas (infinitamente más conservadores) Fox y Calderón.
Haciendo a un lado el uso que históricamente se le ha dado a la imagen, es de señalar que el mito de las apariciones es completamente incongruente con la evidencia histórica. Dicha incongruencia ha sido siempre acallada por los apologistas del milagro, quienes además presentan “pruebas” en su favor (que no resisten el menor análisis historiográfico como veremos más adelante), mientras echan campanas al vuelo cada doce de diciembre.
Pero vayamos al principio.
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El mito
En el año 1531, a diez años de consumada la conquista del imperio azteca, la virgen María se apareció en el Cerro del Tepeyac (en aquel entonces en los alrededores de la naciente Ciudad de México) ante el indígena Juan Diego, presentándosele como protectora de los indios y pidiéndole que le llevara el mensaje al obispo de la ciudad y primer arzobispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, de que se le construyera una iglesia en ése mismo cerro para que principalmente los indios acudieran a ella.
Como testimonio de ello queda la imagen de la Virgen, milagrosamente dibujada sobre el ayate de Juan Diego, que hoy se expone en la Basílica de Guadalupe, uno de los santuarios religiosos más visitados del mundo, que se convierte en centro de multitudinarias peregrinaciones cada doce de diciembre, día en que se conmemora la culminación del milagro.
Los detalles de la historia son narrados en la obra Nican mopohua (la fuente primordial sobre la leyenda, en cuya historia profundizaremos más adelante) de la manera que sigue:
“[…] en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatelolco [es decir, no había más iglesias que esta]. Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados.”
Como cualquier mexicano sabe, la historia continúa con que el indio se topa con la virgen María “en el cerrillo llamado Tepeyacac (Tepeyac)” y le pide ir en pos del obispo fray Juan de Zumárraga con orden expresa de que se le edifique un templo. Previo a esto, la divinidad le explica a Juan Diego que:
“[…] yo soy la siempre virgen Santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive. […] Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor […] oír allí sus lamentos, y remediar sus miserias, penas y dolores”.
Juan Diego llega con el obispo y le narra lo que ha visto, el religioso naturalmente no le cree y le ordena regresar con una prueba de sus dichos. Tras una serie de hechos que no cabe repasar aquí, la virgen se aparece otras tres veces a Juan Diego y, en la última (sucedida el doce de diciembre), le ordena cortar unas cuantas rosas (la tradición dice que rosas de castilla, que ni son naturales de la región ni son propias del mes de diciembre) de la cumbre del Tepeyac diciendo:
“[…] esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla”.
Al encuentro con el obispo, Juan Diego despliega su ayate, en el que llevaba las flores, y ambos contemplan maravillados como la imagen de la “madre de dios” se ha estampado en la burda tela. Consumatum est. Hasta aquí, fuera de lo fantástico que pudiese parecer, aparentemente, no hay falsedad.
Pero…
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Las falsedades
El misterioso caso de la iglesia desconocida, el religioso que no vio nada y el indio desaparecido
En primer lugar, el texto afirma que en 1531 el único templo existente por la región donde transcurre la historia era el de Tlatelolco. Esto es falso; en ése año ya existía una iglesia en el mismísimo cerro del Tepeyac, como han señalado diversos historiadores ya desde el siglo XIX, siendo el primero de ellos el (muy) católico Joaquín García Icazbalceta.
De la existencia de éste templo ya da noticia el franciscano Bernardino de Sahagún en su monumental Historia de las cosas de la Nueva España (escrita entre 1540-1587). Él mismo consigna que en dicho templo existe la devoción a una virgen llamada de Guadalupe, pero –vaya sorpresa- no menciona ninguna historia milagrosa en relación con él o con aluna imagen, ni alude al obispo Zumárraga.
Sí menciona, por otra parte, que antiguamente en aquel cerro existía el culto a la diosa Tonantzin y que los indios mantienen la costumbre de llamar así a la imagen que allí veneran. Sobre esto también hablaremos más adelante.
Resulta en extremo desconcertante que éste y muchos otros testimonios contemporáneos como apenas refieran alguna noticia del pretendido milagro. Sin embargo un hecho aún más desconcertante ha sido señalado por el escritor y divulgador Francisco Martín Moreno en su obra 100 mitos de la historia de México citando a García Icazbalceta, y es el siguiente: En su obra Regla Cristiana (1547) el propio obispo Zumárraga escribe: “¿Por qué ya no ocurren milagros? Porque piensa el Redentor del mundo que ya no son menester.”
Ciertamente estas no son palabras de alguien que ha presenciado un milagro de tal envergadura como el relatado en el Nican Mopohua (milagro a prueba de cualquier duda). Es evidente que si Zumárraga en efecto hubiera sido testigo de la aparición no cuestionaría la existencia de milagros en su tiempo, además que habría dedicado varias páginas, quizá varias obras, al relato y estudio de las apariciones, siendo él testigo primordial de los hechos. Pero no. Resulta que en la (amplia) obra del primer obispo de México no existe una sola palabra referente al milagro guadalupano.
Ante esto, la pregunta es evidente: ¿Por qué Zumárraga no escribió ABSOLUTAMENTE NADA respecto a la aparición de la Virgen, algo tan contundente que merecería haberse dado a conocer en toda la Nueva España, y en el mundo entero? El propio padre José Rebollar Chávez (apologista guadalupano) reconoce como “sorprendente la falta de un testimonio del propio Zumárraga”.
Ahora bien, suponiendo que la falta de testimonios por parte del obispo obedezca a razones meramente fortuitas, nos queda la figura de Juan Diego. El simple hecho de que exista el ayate (que no es tal, como se verá más adelante) es ya para muchos prueba suficiente de la existencia del hombre y, por tanto, del milagro. Pero el problema radica en tres cuestiones fundamentales:
1- No hay consenso sobre el lugar de origen de Juan Diego: El Nican Mopohua lo sitúa en Tlatelolco; pero Mariano Cuevas y otros lo trasladan a Cuautitlán, mientras que López Beltrán lo hace en Tulpetlac.
2- No existen documentos (fe de bautizo) que acrediten el nacimiento del personaje, lo que fue reconocido por el propio Vaticano.
3- Su existencia en sí: La propia Iglesia ha puesto en duda la historicidad del indígena, lo que, por cierto, no fue impedimento para que fuera canonizado en 2002 por el ahora también santo Juan Pablo II.
En este último punto, es de señalar que en 1982 el relator de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano, Sandro Corradinni, declaró:
“De Juan Diego no hay nada. La virgen de Guadalupe es un mito con el que los franciscanos evangelizaron México. Juan Diego no existió”.
¿Alguien se sorprende de que tan explosiva declaración haya tenido tan poco eco dentro del Vaticano? ¿Alguien se sorprende de que a la mayoría de los creyentes esto les resulte en absoluto desconocido?
Declaraciones más o menos similares podemos encontrarlas con monseñor Miguel Schulemburg (abad de la basílica de Guadalupe entre 1963-1996) y Miguel Olimón Nolasco, historiador católico. ¿Alguien se sorprende de que ninguna de ellas alcanzara gran difusión en los medios masivos? La excepción fue el caso de Schulemborg, contra quien la condena mediática fue unánime (¿a alguien le sorprende, decíamos?).
El mito, como vemos, tiene bases muy endebles, empezando por sus propios protagonistas, pero porque aún habrá quien se atreva a defender la autenticidad del relato, continuemos con la segunda gran falsedad: la tilma o ayate.
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Cómo vestirse con un lienzo sin perder el estilo
Como señalan Martín Moreno, Rius, Bringas Nosti y Schwarz, el supuesto ayate o tilma de Juan Diego es uno de los muchos puntos del mito que no resisten el análisis histórico serio; principalmente por dos razones, el tamaño de la prenda y el material del que está hecha la misma. Primero lo más evidente.
El tamaño: la tilma era una prenda de vestir elaborada con fibra de maguey (ixtle) con la que se cubrían los indígenas pobres; su uso se mantenía vigente en los primeros tiempos de la Colonia. El asunto es que, de haber existido, con toda seguridad Juan Diego hubiera sido incapaz de colocarse la que está expuesta en la Basílica ¿por qué? Simple sentido común: la tela expuesta mide 1.80 metros (en sí más alto que muchas personas), de modo que, para no arrastrar la prenda, Juan Diego habría tenido que medir prácticamente dos metros y medio, lo que no es imposible pero sí bastante improbable.
Pero por otra parte, un ayate es una prenda, también de ixtle, que se usa precisamente sobre la tilma, se anuda sobre los hombros y llega un poco más abajo de las rodillas (mientras que la tilma es una especie de túnica), de modo que pueda servir como bolsa en caso de necesitarse. Así, de entrada es muestra de ignorancia llamar tilma a la prenda expuesta en la basílica de Guadalupe, pero tampoco se trata de un ayate, y esto no es a causa del tamaño, si no…
El material: Datos del Instituto Nacional de Bellas Artes, expuestos por Martín Moreno y Schwarz, arrojan que el material del supuesto ayate es fibra de lino y cáñamo, por lo que se trata no de una prenda de vestir, sino de un fino lienzo, destinado específicamente a la pintura, e incluso previamente preparado, ya que se encontró una base de sulfato de calcio que, en el arte pictórico, tiene por objetivo la aplicación de pintura al temple. Esto quedó demostrado en 1982 gracias al experto en restauración José Sol Rosales en un estudio realizado a petición del abad de la Basílica.
Y aunque está más que demostrado el que se trata de una pintura, cada doce de diciembre se echan campanas al vuelo en alabanza del milagro, e incluso no faltan los mercachifles de lo esotérico (como J. J. Benítez o el infame Erich von Däniken, cuyos conocimientos históricos brillan… por su ausencia) que le quieren encontrar propiedades sobrenaturales a la prenda.
Cualquier similitud con la Sábana Santa…
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Un artista olvidado
Ahora bien, el hecho de que la imagen sea una pintura nos lleva a preguntarnos quién es su autor. Diversas fuentes señalan al indígena Marcos Cipac de Aquino como el responsable; se sabe que el personaje en cuestión aprendió a pintar bajo la tutela de fray Pedro de Gante. La imagen de Guadalupe le habría sido comisionada por el segundo arzobispo de México, fray Alonso de Montufar, en 1555 precisamente para el templo del Tepeyac, basándose en sus trabajos previos en los monasterios de San Francisco y Huejotzingo, ambos de la orden franciscana. Para la elaboración del lienzo, Cipac se inspiró claramente en la imagen de la virgen de Guadalupe extremeña, es decir… española.
Previo al análisis de la virgen de Guadalupe española, me parece interesante traer a colación que en 1934 el pintor Jorge González Camarena efectuó un análisis comparativo entre la obra Virgen de la Letanía y la imagen de la guadalupana. ¿Su conclusión? Ambas son del mismo autor. La Virgen de la Letanía es una obra reconocida de Marcos Cipac, pintada hacia 1531.
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¿Clon de la copia de la imitación?
Por si lo anterior fuera poco, hay además dos teorías aún más polémicas sobre la pintura actualmente expuesta.
Una de ellas es que la pintura actual es de hecho una copia de la original de Marcos Cipac, original que desapareció (o bien se deterioró hasta destruirse) en algún momento entre 1850 y 1930. El argumento es que antes de esta última fecha las reproducciones –que se presumen copias fieles- de la Virgen hechas a partir del modelo de la Basílica están coronadas, mientras que la imagen actual no. Otro hecho que apoya esta teoría es que el ángel que sostiene a la Virgen tiene las plumas de las alas de colores verde, blanco y rojo. Así es ¡los colores de la bandera mexicana! Colores que no serían definidos si no hasta 1820 cuando Agustín de Iturbide (oficial criollo del ejército colonial que luego se convierte en artífice de la independencia y después en efímero primer emperador del país), los adopta en la llamada bandera trigarante (así llamada por las tres garantías de unión, religión e independencia) a partir de la bandera de su regimiento del ejército colonial (la leyenda dice que adopta los colores a partir del platillo llamado chiles en nogada; esto no es más que un mito).
Compruébelo el lector cotejando el estandarte de Miguel Hidalgo (líder de la primera fase del movimiento de independencia que adopta una bandera con la Virgen como símbolo de su ejército) con la imagen actual: la virgen lleva corona y las alas del ángel son blancas y rojas, pero no verdes. ¿Qué pasó?
La otra teoría, un poco menos escandalosa, dice que la pintura sí es la original, pero que ha sido retocada en diversas ocasiones a causa de su mal estado de conservación. En estos retoques desaparecieron la corona y los tres colores fueron añadidos a las alas del angelito.
Queda la interrogante ¿en qué momento sucedió el retoque principal o bien se pintó la actual copia? Hay dos respuestas posibles. Pudo ser durante la guerra de reforma de 1858-1861, conflicto que enfrentó a liberales (partidarios de la Constitución de 1857 encabezados por Benito Juárez, artífice del laicismo mexicano) y conservadores, y durante la cual hubo un tiempo en que la imagen permaneció oculta para prevenir que se dañara durante los combates en la capital. Otra hipótesis supone que fue durante la guerra cristera de 1926-1929, conflicto en que se enfrentó el gobierno de Plutarco Elías Calles (surgido de la revolución de 1910) contra los detractores de las leyes anticlericales de éste, alentados ellos por la Iglesia, los llamados cristeros.
Como éste último fue un conflicto abiertamente religioso, la propia Iglesia cerró sus templos (la creencia popular dice que lo hizo el gobierno, pero esto es completamente falso); la Basílica no fue la excepción, y la imagen permaneció oculta en la casa de una acaudalada familia pro-cristera durante buena parte del conflicto.
Pasemos pues ahora a uno de los temas más controvertidos de la historiografía guadalupana, la nacionalidad de la virgen.
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Tan mexicana como… ¿la paella y los toros?
Aún podría quedar a estas alturas quien argumente que, pese a que las pruebas históricas restan cualquier veracidad al pretendido milagro, el sólo hecho de que la virgen de Guadalupe sea un símbolo puramente mexicano bastaría para enaltecerla como objeto de veneración; he aquí pues otra mentira que se derrumba frente al análisis serio:
Una vieja leyenda extremeña nos cuenta que a principios del siglo XII un vaquero extremeño de nombre Gil Cordero halló una pequeña figura de madera que representaba a la Virgen María con el niño Jesús en brazos, precisamente en la rivera del rio Guadalupe. La particularidad de la figurilla radica en que la piel de la virgen es morena. Actualmente la figura puede observarse en la iglesia de Cáceres, en Extremadura.
Tal fue la importancia de aquella figura en su tiempo que en el año 1338 Alfonso XI ordeno la edificación de un templo en su honor; tanto Cristóbal Colón como Hernán Cortés, extremeño este último, llevaron en sus respectivas expediciones imágenes de la virgen morena española; en 1907, Guadalupe fue declarada patrona de Extremadura, su fiesta se celebra el 6 de septiembre.
Comparando la figura extremeña con la imagen mexicana, las similitudes son más que evidentes: los colores del manto, la piel morena, la media luna a sus pies, el ángel que las sostiene, el resplandor que las envuelve, etc.; me atrevo a afirmar que las diferencias existentes entre ambas son puramente de diseño.
El caso es entonces: ¿Existirá alguien tan necio que se atreva a negar que se trata de una misma advocación de la virgen María, aparte de las similitudes evidentes, por el simple hecho de que SE LLAMAN IGUAL?
No hay, en toda la historiografía guadalupana, nadie que se atreva a señalar que el nombre de Guadalupe, que ya es consignado por Sahagún como la advocación venerada en el Tepeyac, sea de tradición indígena; el consenso de por qué ése nombre es que le fue heredado de la imagen española.
A propósito del nombre Guadalupe, tenemos las siguientes versiones:
-Guadalupe es la contracción de las palabras wad (rio en árabe) y lux-speculum (latín, espejo de luz).
-Contracción de wad-al-lupis, wad-al = el rio de, en árabe y lupis = lobos; el rio de los lobos.
Ambas etimologías se proponen para aquel río extremeño donde, según la tradición, Cordero halló la imagen original. Evidentemente, ambas provienen de tiempo de la dominación árabe de la península y son un buen ejemplo de sincretismo, al que la historia de la Virgen le debe tanto.
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Tan católica como… ¿Huitzilopochtli?
Finalmente y “para más INRI” del mito guadalupano, tenemos que la Virgen de Guadalupe no es más que un remake (por decirlo de algún modo) de la diosa Tonantzín, una de las advocaciones de la madre de Huitzilopochtli (dios de la guerra, protector del pueblo mexica o azteca, de la etnia náhuatl del centro de México) y que tenía su centro de veneración justamente en el cerro del Tepeyac y cuya principal celebración se efectuaba en lo que en el calendario occidental corresponde al mes de diciembre. Precisamente el nombre de Tonantzin significa “nuestra madre venerada” de modo que, al ser la madre del dios tutelar, por extensión se convierte en la madre de todo el pueblo mexica.
Pero ¿cómo se pasa de Tonantzín a la Virgen María? La respuesta es el sincretismo.
En efecto, un hecho verdaderamente interesante de la conquista espiritual fue que los frailes buscaron sustituir a las deidades indígenas por figuras religiosas católicas ¿Cómo? Por simple analogía de sus virtudes, en tal modo que Tláloc (dios de la lluvia) se convirtió en san Juan Bautista, Xochipilli (dios del maíz y las flores) en san Isidro Labrador y Huitzilopochtli (principal dios mexica) en Jesucristo, por citar algunos ejemplos. En este último caso, era lógico que la madre (Tonantzín) de esa deidad se convirtiera en la virgen María.
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De la noche de los tiempos al símbolo nacional
Queda una cuestión ¿de dónde surge entonces el culto a la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac?
Hay varias hipótesis, pero lo seguro es que el santuario de Tonantzin siempre existió en el cerro del Tepeyac. Incluso ya consumada la conquista militar del imperio mexica, la llamada conquista espiritual fue un proceso largo y difícil, marcado por el sincretismo. Como es evidente, los mexicas se negaban a renunciar a los antiguos dioses. Sabedores de ello, la orden franciscana se encargó de edificar una ermita en el cerro, en algún momento de la década de 1530, aprovechando que ahí se dirigían los indígenas por respeto al viejo culto, de modo que pudieran establecer una labor evangelizadora precisamente en uno de los puntos más importantes de la vieja religión una vez que los templos mayor y de Tlatelolco ya habían quedado inhabilitados para ello.
Éste proceso fue propiciado y aprovechado por el entonces arzobispo Alonso de Montufar y la orden de los dominicos, en complicidad con las autoridades virreinales encabezadas por Luis de Velasco; esto, por cierto, fue duramente criticado por la orden franciscana (quienes paradójicamente habían originado el culto), cuyos miembros veían en la veneración a la virgen de Guadalupe una idolatría encubierta que, supusieron, podría resultar contraproducente a la religión católica.
En cuanto al origen de la imagen, es casi seguro que los franciscanos pusieron una imagen cualquiera de la Virgen María en la ermita para que, con el tiempo, el nuevo culto desplazara a la adoración de Tonantzin. Se acepta como plausible la hipótesis de que la imagen original fuera la de la Virgen española, puesto que, como ya se dijo, buena parte de los hombres de Cortés y de los primeros franciscanos llegados a América eran de procedencia extremeña, además de que, podemos suponer, la tez morena de la imagen facilitaría el que los indígenas se familiarizasen con ella y la aceptaran mejor que a una Virgen de rasgos europeos. Hay testimonios de que la primera imagen venerada en el cerro fue una figura de plata, si bien Enrique Florescano supone que más bien fue un retablo o estandarte.
Pasados algunos años y gracias a un gran número de apologistas que prácticamente se encargaron de inventar la historia de las apariciones tal como hoy la conocemos, el culto a la imagen de la virgen morena traspasaría las fronteras de clase, dejando de ser exclusivo de los indios, y pronto se extendió entre los mestizos para, finalmente, arraigarse entre los criollos, para quienes no solo significó un símbolo religioso, sino que se convirtió en elemento de identidad. Tanto significó el símbolo para los hijos de españoles nacidos en esta tierra que, insisto, a ellos debemos la historia de las apariciones y la fabricación, en general, del mito, ello como intento de presentar a México-Nueva España como una nueva tierra prometida y, por consiguiente, a sus habitantes como el nuevo pueblo elegido por Dios, cargando la historia con numerosos símbolos de corte apocalíptico. Esto es, sin lugar a dudas, el origen de uno de los fenómenos sociales-político-económicos más importantes en éste país, el llamado guadalupanismo.
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¿Y el Nican mopohua?
Hay aún una última cuestión ¿qué sucede con el Nican mopohua y con todo el pretendido soporte documental del “milagro”? La realidad es que ninguna de las pretendidas pruebas resiste el análisis historiográfico, ya que ninguna es contemporánea a los hechos narrados. El ejemplar más antiguo del Nican mopohua que se conoce es de 1649, aparecido como obra anónima en una compilación del criollo Luis Lasso de la Vega, editada en náhuatl. Esta es la primera narración completa que se conoce del milagro; Lasso de la Vega cuenta que lo transcribe a partir de una representación más o menos teatral que le vio efectuar a unos indígenas en la celebración del doce de diciembre. A pesar de esta indicación del compilador, desde entonces la obra es presentada como la narración verídica de los hechos. Como puede verse, un completo error.
La tradición piadosa le atribuye su autoría al historiador de origen indígena Fernando de Alva Ixtilxóchitl, sin embargo los académicos Miguel León-Portilla (la mayor autoridad mundial acerca del México antiguo y la conquista, autor de Visión de los vencidos) y Edmundo O’Gorman coinciden en que su autor fue el indígena hispanizado Antonio Valeriano (ca. 1520-1602), quien, se conjetura, lo difundió entre sus compatriotas para extender la fe católica. Valeriano habría escrito la obra hacia 1555, pero esto no es para nada seguro.
La confusión de autores se originó a partir de la traducción castellana de la que efectivamente es autor Alva Ixtilxóchitl, pero el dato fue omitido por el también historiador Francisco de Florencia, quien erróneamente lo consigna como autor en 1688.
El resto de las llamadas pruebas documentales se desacreditan por muchas razones, principalmente porque ninguna es contemporánea a los hechos, en todos los casos hay más de un siglo de diferencia, y de entre las que se presumen contemporáneas no queda ni un solo ejemplar original, como desde un principio señaló el historiador decimonónico Joaquín García Icazbalceta.
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Las razones de la mentira. Los culpables
Ahora que ha quedado demostrado que la aparición de la virgen de Guadalupe no es más que una bien elaborada mentira, uno se pregunta ¿Quiénes estuvieron detrás de su fabricación?, ¿Por qué lo hicieron? Y ¿Por qué la jerarquía eclesiástica se ha esforzado tanto en mantener el mito vigente?
La plana mayor de culpables, según el historiador Raúl Bringas Nosti, la encabeza el arzobispo Montufar, de la orden dominica, quien aprovechó la obra pictórica de Marcos Cipac, empeñándose en lograr que la virgen morena y sus supuestos milagros fueran aceptados entre los indígenas, con objeto de que asimilaran más rápido la religión católica, explotando la ya señalada relación entre la guadalupana y Tonantzín. Lo interesante de ese proceso es que fue duramente criticado por los franciscanos, ya que estos consideraban el culto guadalupano como un mero engaño perpetrado por los dominicos (es decir, lo que es), además de considerar que el abuso de los “milagros” atribuidos a la virgen podrían ser contraproducentes a la fe católica.
Como cómplice (eso sí, ajeno a su voluntad) podríamos incluir al propio Marcos Cipac de Aquino; si bien es por demás improbable que el artista estuviera consiente de la dimensión que alcanzaría su obra y del manejo que de ella se haría.
Las autoridades virreinales (encabezadas en ese tiempo por don Antonio de Mendoza) tienen también su grado de culpa, ya que, como es sabido, en aquel entonces la estructura de gobierno y la religiosa estaban profundamente ligadas.
En tiempos recientes, como propagandistas del mito guadalupano tenemos a los “historiadores” de la iglesia mexicana, quienes, ajenos a cualquier ética profesional, han manipulado los hechos siempre en favor de los intereses del clero, además de ignorar los análisis serios de los hechos, como los elaborados por García Icazbalceta, O’Gorman u Olimón Nolasco, los tres auténticos historiadores y además católicos, eso por no señalar los innumerables trabajos elaborados por especialistas librepensadores o abiertamente antirreligiosos.
Mención aparte merece el dominico Servando Teresa de Mier, cuyo rigor histórico y honestidad intelectual le llevaron a presentar, aún dentro de su catolicismo, el milagro como lo que es, una farsa, en sus sermones de 1793 y 1794 en la mismísima Basílica. Esta valiente postura le llevó a enfrentarse con la Inquisición y posteriormente al exilio (hechos narrados en sus excelentes y muy divertidas Memorias). Fray Servando, posteriormente, se convertiría en héroe de la guerra de independencia.
Pero hay que señalar a la culpable mayor: la jerarquía eclesiástica de todos los tiempos. La Iglesia Católica nunca ha escatimado recursos para comprar conciencias y falsificar la historia, además de que es imposible esperar algún día llegue a renunciar a una práctica que le acarrea millones de dólares al año. Por eso precisamente fue que, aún sin pruebas de su existencia, canonizó a Juan Diego; sin duda las limosnas del santo contribuirán a llenar los bolsillos de aquella que, con total cinismo, se hace llamar “iglesia de los pobres”.
Los grandes consorcios mediáticos tienen a su vez gran medida de culpa; al nunca ofrecer, salvo honrosas excepciones, una visión objetiva de los hechos únicamente le hacen el juego al clero, argumentando hipócritamente defender los “valores familiares”. Y ello cuando no se dedican a realizar abiertas apologías del guadalupanismo, tal es el caso de la tristemente célebre “La Rosa de Guadalupe”.
Ahora bien, el pueblo mexicano no está exento de culpa; la idea latente del ser todopoderoso que resolverá todos nuestros problemas prácticamente a cambio de nada ha sido terriblemente dañina para México, en palabras de Francisco Martín Moreno:
“No olvidemos que los mexicanos siempre hemos esperado que un ser omnipotente resuelva nuestros problemas, y ello se ha traducido en inmovilidad, y la inmovilidad en pasividad, miseria e indolencia […]”
¿Queda alguna duda de por qué el mito guadalupano, por más hermoso que sea, ha sido uno de los que más daño ha causado a nuestro desarrollo como país?
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Una conclusión y una reflexión
Supongo que en este punto ha quedado completamente claro que la historia de las apariciones de la virgen María-Guadalupe-Tonantzín no es más que un mito, un mito fundamental de nuestra identidad nacional, pero mito al fin. Una mentira bien elaborada que en su tiempo fue parte de una estrategia de sometimiento al poder político-religioso y que sobrevive hasta nuestros días gracias a que ha sido solapada por el poder de quienes manejan esas cúpulas.
No hay duda de que tanto políticos como religiosos tienen razones de peso para mantener vivo el mito; mientras que la iglesia se enriquece y domina conciencias, el poder político aprovecha la ignorancia de los humildes para manipularlos a su antojo.
Francisco Martín Moreno es un escritor polémico en el medio de la Academia mexicana, algunos lo detestan, otros le consideramos como un divulgador muy eficiente. Pero el caso es que pocos podrían estar en desacuerdo con la emotiva manera con que concluye su capítulo referente a la Virgen de Guadalupe:
“Esperar que un tercero venga a resolver nuestros problemas nos hunde en el atraso, porque el atraso es consecuencia de la inacción. No esperemos, construyamos. No oremos, trabajemos. No pidamos, conquistemos con coraje nuestro destino”.
Porque crecer implica superar nuestras incapacidades a base de trabajo duro. Despegarnos de los mitos es un paso fundamental tanto del crecimiento personal como del nacional.
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Nota final
La supresión del aparato crítico en éste ensayo, como se dijo al principio, tiene la finalidad de hacer más ágil su lectura. El lector interesado en cotejar la información por sí mismo puede dirigirse especialmente a las siguientes obras.
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Fuentes impresas
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- Caso, Alfonso. El pueblo del Sol. Fondo de Cultura Económica. México 1999.
- Florescano, Enrique: “Guadalupe de todos”. En: Nexos, No. 109 (enero de 1987), México. pp. 29-35. Disponible en: http://www.nexos.com.mx/?p=4714
- García Icazbalceta, Joaquín. Biografías. Estudios (Introducción de Manuel Guillermo Martínez). Porrúa (col. “Sepan cuantos” No. 680). México, 1998.
- León-Portilla, Miguel. Los antiguos mexicanos. Fondo de Cultura Económica. México, 1985.
- León-Portilla, Miguel. Tonantzin Guadalupe: pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nicān mopōhua. Fondo de Cultura Económica. México, 2000.
- Martín Moreno. Francisco. 100 mitos en la historia de México (2 tomos). Aguilar. México, 2011.
- Monsiváis, Carlos. El Estado Laico y sus malquerientes. Debate-UNAM. México, 2008.
- Narváez Lora, Adriana. “La Virgen de Guadalupe: construcción barroca del criollismo novohispano en la obra de Miguel Sánchez”. Tesis de grado de Maestría en Historia. Universidad Iberoamericana. México, 2009. Disponible en: http://www.bib.uia.mx/tesis/pdf/015054/015054.pdf
- O’Gorman, Edmundo. Destierro de sombras. Luz en el origen de la imagen y culto de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac. UNAM-IIH. México 1986.
- Prescott, William H. Historia de la conquista de México (anotada por Lucas Alamán y José Fernando Ramírez, prólogo de Juan A. Ortega). Porrúa (col. “Sepan cuantos” No. 150). México, 2013.
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- Rius (Eduardo del Río). El mito guadalupano. Grijalbo-La Jornada. México, 2009.
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- Soustelle, Jacques. El universo de los aztecas. Fondo de Cultura Económica. México, 1983.
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- https://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_de_Guadalupe_(Espa%C3%B1a)
- http://convivir-comprender-transformar.com/wp-content/uploads/2012/08/Estrategia-guadalupe-invenci%C3%B3n-o-aparici%C3%B3n.pdf
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(*) Nota Final:
El autor de esta publicación es "El Judío Errante", fiel seguidor y colaborador de este Blog; quien amablemente me solicitó el compartir este artículo con el resto de los lectores; y al no estar en contra de la filosofía del Blog, es un honor para mí el poder publicarlo. El mismo "Judío Errante" se encargará de responder las dudas de los lectores a través de los comentarios.
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